Me estaba helando. Era la una de la mañana. No, ¡eran las dos! ¡Las dos y media! Qué horror. Y yo allí, debajo de un soportal de unos pisos del barrio, echando vaho por la boca al respirar con Onai enfrente, sonriendo.

—¿Entonces me vas a ayudar o no? Me lo debes. —le dije.

—¿Que te lo debo? ¿Por qué te lo voy a deber?

—Por follarme sin permiso.

—Sin permiso pero te dejabas. Como si lo hubieras sufrido o algo…

—No, pero… Mira, te necesito, y necesito que hagas esto por mí.

—¿Y qué saco a cambio?

—¿Hacerme un favor?

—Entonces, claro. Te ayudaré. —sonrió más y más. A la luna le faltaba un día para ser llena. El cielo estaba despejado tras haber llovido todo el día. Se veía alguna estrella en el firmamento. El frío era demasiado aletargante. Me quedaba embobada mirando a quien fue mi condena, a la par que tiritaba. Se fue a quitar el abrigo para cedérmelo pero se lo impedí.

—Quieto.

—Vale, vale. Qué humor… Oye, que digo yo… Tendré que conocer a tu novio, ¿o qué?

—No es mi novio. ¿O sí? No sé, déjame en paz. Lo conocerás si quieres, qué importa. Tú solo haz eso y ya estaremos en paz.

—¿En paz por qué?

—Porque abusaste de mí.

—¡JAJA! —pegó unas carcajadas que podrían haber despertado a medio barrio. O a todo, más bien. —Nunca te negaste.

—Y-yo… —enrojecí. —Déjame. Me voy a dormir. Con él. —le sonreí para joderle.

—Chica, qué tirana estás. Voy a acabar echándote otro polvo.

—¿Qué? ¿Pero tú de qu…? —me plantó un beso en los labios que me enrojeció el doble. No supe reaccionar. Mis labios se tensaron. Mis ojos miraron los suyos cerrados. Se separó de mí y me dijo:

—Calla, que estás más guapa.

—I… Idiota. —le dije, avergonzada, yendo a donde estaba César. Quedé tan tarde con él porque me había pasado la tarde durmiendo junto a Eric. Me acompañó con andares de chulito.

—Chica, estoy solo. Si quieres puedes subir a mi kelly.

—No, gracias. No quiero que vuelvas a violarme.

—Sí, sí, “violarte”. No te haré nada que no quieras.

—Lo que quiero es que me dejes.

—Podrías haber venido más pronto a pedírmelo, también.

—Es que me folla tanto que pierdo la noción del tiempo. Y como todos los días son grises no puedo guiarme por el sol.

—Ten cuidado, a ver si te vas a volver vieja de un día para otro y te has perdido el concepto de vivir.

—Vivo tanto con él que parecen cuarenta vidas en una.

—Si tanto lo quieres, ¿por qué no dejas de mencionármelo? ¿Es que te preocupa que yo pueda reconquistarte?

—¿”Re”? Como si lo hubieras hecho alguna vez. Sólo fuiste algo bonito y pasajero.

—Sabes que no. Sabes que me llevas en el corazón, y que no puedes dejar de pensar en mí, para bien o para mal. Es lo que pasa al estar comparándome con él todo el día.

—Blah, blah, blah… Sólo oigo hablar pero ninguna palabra coherente. Ahora déjame en paz y céntrate en lo que te he pedido.

—Pienso cobrar el favor que me deberás, ¿lo sabes? Eso te vincula a mí.

—Pero el favor no es hacer lo que te dé la gana.

—Promesa.

Asentí con la cabeza y me fui donde César, que me clavaba una mirada de águila. Alzó una ceja y me abrió las puertas. Luego se subió y condujo:

—Menos mal que me paga bien, que si no… —suspiró, somnoliento.

—Lamento molestarte a estas horas. Es que es urgente.

—Me lo puedo imaginar.

Estuvimos en silencio todo el recorrido. El hombre tenía tanto sueño que no pensaba con claridad. Puso la radio para evadirse y poco más. Se despidió con una sonrisa forzada y se marchó a casa. Subí y rodeé con los brazos a Eric.

—Ya ‘ta. —le dije.

—Bien. —dijo mirando hacia el fuego, pensativo. Estaba tan jodidamente sexy cuando se quedaba pensando… Encima tenía media camisa abierta, iluminándose sus pectorales. ¿Era aquél el hombre con quien iba a pasar el resto de mi vida? ¿Era aquél el hombre al que iba a amar para la eternidad? —¿Funcionará?

—Pues claro.

—Eso espero. De verdad que sí. Por cierto, llamé a mis contactos. El zeta no volverá a ejercer. —mi corazón latió de la emoción. El profesor que tanto tiempo estuvo amargándome había pagado el daño que me había causado a mí y a gente como yo. Esperé que le fuese fatal en lo que le quedaba de vida. Hoy en día… también.

—Mi chichi acaba de aplaudir de la emoción.

—Uh… Tendré que darle un masaje para relajarlo.

—Nah, ya se ha cansado, ya no aplaude. Además, antes de relajar debes relajarte.

—Es que como salga mal me como el terreno con patatas.

—Son los riesgos que debes tomar.

—Ya, pero sólo puedo equivocarme dos o tres veces. Y no me gustaría llevarlo a mi cargo.

—Ah, es como cuando tienes un accidente de coche, que luego tienes miedo de volver a ponerte al volante.

—Un accidente grave, sí. No es lo mismo que romper un plato o limpiar con un detergente que no era.

—Jajaja, ¿sabías que en mi pueblo una limpiadora jodió un mosaico centenario? Pensaba que estaba sucio y hasta que no lo borró no dejó de frotarlo.

—Vaya. ¿La denunciasteis?

—Qué vamos a denunciar. Mi familia es demasiado buena para hacer esas tonterías.

—¿Y tú?

—Yo salí más serpiente, más hija de puta.

—Jajaja. Hay niveles de hijoputismo que está bien tener.

—¿Como dejar a tu novio cachondo y a medias?

—No, eso es de muy hija de puta.

Reímos. Besó mis labios, dispuesto a una segunda ronda. Pero aquélla ya no sería tan romántica.

—Sabes que si me salvas el culo te deberé una muy gorda, ¿no?

Sonreí, pícaramente.

—Tú sólo lleva al pez gordo a la pecera, que yo ya tengo preparados a los tiburones.

 

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