—¿Te he evitado una reunión importante? —le pregunté con sorna.
—¿Tú qué crees? —me sonrió, vistiéndose. —Y las que me evitarás…
—¿Te vas?
—Sí. Tengo una agenda muy apretada. Puedes quedarte aquí. Yo vendré a la noche.
Alcé una ceja, extrañada.
—¿Me dejas quedarme en tu casa así como así?
—No vas a robarme nada, ¿no?
—Fíate tú de una chica a la que acabas de conocer.
—Quizá te conozca de poco, pero sé juzgar a las personas por la forma en la que hacen el amor.
—¿Y yo de qué forma hago el amor?
—De forma en la que necesitas a alguien junto a ti, conque no desperdiciarás esta oportunidad de conocerme.
Me sonrojé. ¿Tan fácil era yo de predecir? Otra se habría ofendido. Yo le saqué la lengua y le dije:
—Malo.
—No te preocupes, yo también buscaba a alguien como tú. Alguien que sea capaz de ser ella misma y que no se oculte.
—¿Hm? Pero si yo intentaba no mirarte cuando te paseabas enfrente de mí.
—Claro, para que yo no me creyera “mejor” que tú o que tenía control sobre ti. Simple y llanamente fue un juego de egos.
—No te entiendo.
—Ni yo me entiendo. Sólo sé que me encantas.
Sonreí, esperanzada por aquella sonrisa que se dibujaba en su espléndido rostro.
—Bueno, me voy. Volveré en tres horas, por si quieres esperarme. —besó mis labios y se fue por la puerta. Me quedé inquieta, pensando en si sería lo mejor para todos. ¿No íbamos muy rápido? ¿Cómo confiaba tanto en mí? ¿Tendría alguna cámara? Agité la cabeza, y entonces caí en algo:
—Te esperaré, sí. Al fin y al cabo no tengo llaves…
Me rasqué la cabeza. ¿Qué hago yo aquí?
Su casa era increíble, la verdad. Me encantaba. Fui al salón y me tumbé en el sofá, a ver un rato la tele. Sólo echaban programas basura. Hacía tiempo que dejé de verla. Me centraba en descargar series en internet. Eran perfectas, ¿no? Cero anuncios, puedes pausar cuando quieras, la calidad que necesites… Todo ventajas. En la tele te tenías que tragar diez minutos de anuncios por cada media hora. Miré alrededor. ¿Qué clase de mujer era yo que me quedaba ahí en lugar de inspeccionarlo todo? Pero recordé las cámaras. Podría haber alguna oculta. Podría ser una prueba para ver cómo era yo en la intimidad. Me di una vuelta, sólo mirando por encima, sin meter la mano en ningún cajón o armario, cuando vi una especie de puerta oculta. Estaba en su cuarto, al lado de la cama. Si no te fijabas parecería la pared. Pero tenía una cerradura pequeña. De éstas que si le das tres patadas abre, pero suficientes para mantener a raya a intrusas como yo. ¿Qué tendría ahí? Dios, todo estaba a mi merced pero lo que quería ver era lo que estaba cerrado y oculto. ¿Cómo era tan retorcida? Ahora solamente quería buscar las llaves. ¿Y si era un matadero? Seducía a las jóvenes y luego las asesinaba torturándolas. Arqueé una ceja.
—Hostias. —dije para mí misma. Entonces me centré en mirar a ver si había cámaras. No parecía haber ninguna. Sin embargo ese hombre tenía tanto dinero como para ponerlas microscópicas y en HD. Cierto. Un hombre apuesto, inteligente, adinerado y simpático de pronto está conmigo. Y con una mentalidad tan liberal. Imposible. Era un asesino, fijo. Por fortuna tenía el móvil y teléfonos. Podría llamar a alguien para pedirle ayuda. Pero… ¿y si me estaba precipitando?
Me acerqué hasta la cocina y cogí un cuchillo jamonero. Sí, de ésos de veinte centímetros.
—¿A quién pretendo engañar? —dije en un susurro. Si tiene cámaras, vería mis intenciones. Y si no, estaba demasiado musculoso como para desarmarme con un pedo. Al principio estaba asustada. Ahora resignada. —Mira, si quiere, que me mate. —guardé el cuchillo y me tiré en el sofá a ver la tele.
Se estaba tan a gusto…
Un sofá comodísimo que parecía adaptarse al tamaño y peso del cuerpo.
Y encima sin vecinos que estuvieran tocando las pelotas.
Era…
—Hola. —me dijo con voz débil entrando por la puerta. Abrí los ojos de repente.
—Oh, qué pronto has vuelto.
—¿Pronto? Pero si he tardado una hora de más. Y como no leías mis mensajes…
—¿Qué? —parpadeé incrédula, mirando el reloj. Era verdad. Había estado cuatro horas fuera. Estrujé mis ojos con las palmas de mis manos y bostecé como un dromedario. —Se duerme de luuujo aquí.
—Jajaja, haber usado la cama, mujer.
—Si sólo estaba mirando la tele.
—¿Te pusiste un documental?
—Sí, un programa de salsa rosa. Igual que un documental, vamos.
—Jajaja.
—Es que estaba acabando, no me juzgues.
—No juzgo, no juzgo.
—Oye.
—Dime.
—¿Eres un asesino en serie?
—¿Qué?
—He visto una puerta cerrada en tu cuarto.
—Ah, esa puerta…
—Sí. ¿Qué hay?
—¿Me has estado registrando la casa?
—No, sólo fijándome en los detalles.
—¿Viste la terraza? —se accedía a través del salón. Había una puerta, que parecía un ventanal, con persiana incluida. La subió y dio acceso a la terraza, desde donde se veía parte de la ciudad, incluida la bahía.
—¿Desde aquí me observabas y por eso decidiste hacer footing?
—Exacto. Ahora te voy a descuartizar.
—Oh.
—Venga usted por aquí. —me dijo cogiéndome de la mano. Me llevó hasta la puerta. Se sacó una llave que estaba en su cartera y giró dos vueltas. —¿Preparada?
—Claro.
Y la abrió. No puede ser posible. Realmente era una mazmorra. Pero una mazmorra del sexo. Consoladores de todos los tamaños colgaban por las paredes, incluidas otras herramientas sexuales junto a columpios y potros. La mazmorra tenía un color más oscuro que el resto de la casa. Era negra, con un toque carmesí por una lámpara que había. Negué con la cabeza.
—No puede ser, Míster Grey.
—Jaja, esto lo tenía antes de que se pusieran de moda esos libros de sexo.
—¿Y le has dado mucho uso?
—Demasiado.
—O sea que me vas a atar en potros en los que han estado otras mujeres.
—Créeme, están realmente limpios.
Relamí mis labios.
—Además… —se acercó hasta mi oído. —Yo no seré tan clemente y blando como él.
—¿Hm…?
—¿Qué te parecería que tú y yo protagonizásemos nuestro propio libro?
No necesitó más frases. Ya me tuvo por completo.