—Pero qué sueño tengo. ¿Y si lo dejamos para mañana? —le pregunté.

—No. —dijo bostezando. —O, bueno, sí… —se le contrajo tanto la cara que parecía un demonio salido de las profundidades del averno.

—En buena hora se me ocurrió a mí esto.

Llevábamos tres horas seguidas haciendo un examen gigantesco de todos los temas que me atañían. Los habíamos obtenido de la página web de la universidad. Mi hermano me custodiaba a la vez que se ponía en el portátil a escribir.

—Estoy reventado. —dijo él, pero yo me quedé mirando las preguntas. Aún tenía mucho que hacer, y más que demostrar. Él se estiró, chocando su pierna con la mía. Lo miré. Sus ojos estaban enteros rojos.

—Se te ve. —le dije, un poco mosqueada porque me había vuelto a concentrar y no quería que me distrajera.

—¿’Tonces nos vamos a dormir?

—No. No más cosas a medias.

Seguí inmersa en mi mundo, pensando las respuestas. La mayoría me salían de forma automática.

—La última historia que leí… —dijo él. —aparte de la del dios malvado, era la de una dulce maga que había perdido al amor de su vida y la ciudad que protegía por culpa del sentimiento de guerra de otros seres. El odio nos hace tanto daño… Si todos aprendiéramos a vivir ayudando y solidarizándonos, se acabaría el sufrimiento. Si tus profesores se hubieran acercado a ti y te hubieran tendido una mano en lugar de ponerte la zancadilla, habrías aprobado todo.

No pude centrarme en leer la pregunta y me irrité, pero me gustaba tanto todo lo que me decía que no pude enfadarme. Lo miré a los ojos y le sonreí.

—Ojalá la vida hubiera sido distinta. Pero no lo es. Dame una hora más.

—Es la una ya.

—Al menos esto es una urbanización tranquila. Puedes dormir hasta las tantas. Todos los pisos son más tranquilos que el mío, joder.

—Te vengaste del payaso del Javi, algo es algo.

—Sí, algo es algo…

Suspiré, y contesté lo primero que se me vino a la mente, acabando en apenas quince minutos.

—Ale, si está bien, me alegro, sino pues mira…

—Yo mañana te lo corrijo. O tiro de contactos y hago que te lo corrija alguien cualificado para ello.

—Ya sé yo la nota, no te preocupes. Un suspenso como una catedral.

—Yo sé que no. Vamos a dormir. —me cogió en brazos, sorprendiéndome, y llevándome a la cama, donde me arropó y me dio un beso de buenas noches en la frente. Él fue a apagar el ordenador. Antes de que volviera ya me había quedado dormida. Sentí su cuerpo echándose hacia mi lado cuando lo hizo, despertándome momentáneamente. Estaba mirando el techo, atontado.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—No. Estoy recordando mis tiempos jóvenes en los que vivía aventuras en los videojuegos. Tiempos que no volverán. No importa, tú duérmete.

—¿Es por el libro que estás escribiendo?

—Sí. Todo son vivencias y recuerdos de aquella etapa de mi vida. Una etapa en la que lo que veía era lo que jugaba.

—¿Estás llorando?

—Un poco. Llámame idiota, pero no he visto ningún mundo en la vida real como el que vivía en aquel entonces.

—Cuéntame.

—No, tienes que dormir.

—Tú siempre estás escuchándome. Déjame escucharte por una vez a ti.

—No hay mucho que decir, nada más que lo que ya he dicho. —tragó saliva, guardándose el llanto. —Cuando jugaba yo era un chaval despreocupado que vivía en otros mundos y donde era el protagonista de una aventura épica.

—Y en la vida real también lo has sido.

—No. La vida real da asco. Porque todo se rige según los humanos. Un videojuego ya tiene todo predefinido. Por humanos, sí, pero no hay otros cuyo ego sobrepase el límite de lo posible y que se crea con derechos sobre ti. La humanidad está tan atrasada que asusta. No me gusta este mundo. Sólo espero que el siguiente sea más pacífico y confortable.

—Y yo espero que no lo veamos en muchos años. No llores, por favor.

—¿Sabes por qué me gusta escribir? Porque ahí es donde yo creo los mundos que me gustan. Los mundos que yo prefiero. Los mundos que nacen en mi imaginación. Soy un pequeño dios. Una vez le dije a un profesor que al escribir y pasar un tiempo, los protagonistas adquieren vida propia. Me dijo que no me creyera un iluminado, que los personajes son todos proyecciones de lo que somos y siempre los conduciremos según creamos oportuno. Error, él no sabe lo que es escribir tan largo. Por mucha personalidad que quieras darle a un personaje, éste adquiere la suya propia. Una personalidad que acaba atrapándote en la vida real. Una personalidad que te absorbe. Al menos a mí, que me lo tomo tan en serio. Soy… sugestionable, será. Tonterías mías. Es otra forma de decirte que habrá siempre humanos que te digan lo que debes hacer y cómo. Y eso está mal. Tú debes decidir qué camino escoger y cómo hacerlo. Tú debes ser dueña de tu destino. —cerró los ojitos, vencido por el sueño. Mi corazón se inundó de alegría por tenerlo como hermano. No podría haber nacido nadie más sabio que él, y eso me llenó de felicidad. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y me sumergí en el mundo onírico.

Al despertar había una bandeja con el desayuno enfrente de mí y la sonrisa de mi hermano más amplia que había visto.

—¡Buenos días! —me dijo con vigor dándome un beso en la frente. Tenía el pelo alborotado. Me hizo gracia verlo así. Se lo acaricié y le di los buenos días con una sonrisa. Y fue entonces cuando me puso una hoja sobre la bandeja. Era… Era mi puto examen corregido y su nota. Un siete. Un puto y maldito siete. Casi pego un salto que lo tiro todo. Empecé a gritar de alegría, posando el desayuno en el suelo y abrazándolo.

—¿Qué es esto? —pregunté asustada.

—Es una hoja de las cuatro que me ha enviado una amiga. Te dice lo que tienes mal y una crítica constructiva. Alguna falta de ortografía también así digna de mención. Pero el resto… Pardiez, lo has clavado. Me dijo que le parecía imposible que hubieras aprendido tanto en un curso sin haber ido a clases particulares, así que imagínate.

—Oh my god… Joder. —dije sonriendo mirando hacia el techo como si mirase al cielo y a la cara del mismísimo Dios, agradeciéndole el don que me había dado. Pero no sólo era don, sino pasión. Una pasión que se me había olvidado sentir por culpa de unos seres humanos que me amargaban, tal como me decía mi hermano.

—Te he pedido cita con un psiquiatra. Vamos a medirte el coeficiente intelectual.

—¿Qué?

—Sí. Yo lo tengo por encima de la media. No tanto como un genio, pero soy bastante listo. Quiero ver si tú también.

—Noooo, que me da mucha vergüenza.

—Te has hecho un curso de universidad pública desmotivada, dejándolo a la mitad y sin ir a clases particulares. Eso es digno de ser cantado en gestas.

Tras una pelea de media hora acabé yendo al maldito psiquiatra. Un hombre mayor con gafas pequeñas que me estuvo haciendo pruebas de números y de figuritas geométricas. Al principio me estresaba porque no entendía nada, hasta que empecé a ver el patrón. Figuras que fusionadas forman otra, figuras que van rotando, números que multiplicados entre sí forman el resultado que está escrito en el extremo contrario al que debería… Parecían tonterías pero acabé sacando un resultado parecido al de mi hermano. Por encima de la media pero no genio. Nos fuimos de allí, yo satisfecha y contenta porque era más lista de lo que aparentaba y de lo que yo misma me consideraba.

—¿Por qué me hiciste venir? —le pregunté.

—El prota de una de mis historias es un genio. Pero no sé bien del todo cómo piensan los genios. Quizá si tú lo fueras me podrías haber ayudado.

Reí.

—No soy tan lista si permito que mi vida amorosa esté como esté.

—No es lo mismo inteligencia que madurez sentimental. Estás en la época de pasártelo bien. Simplemente disfruta. Y lo que no te guste, recházalo. Sé caprichosa y consentida hasta que te insulten y te sientas mal. Porque los recuerdos que ahora cosechas nunca volverán como realidades. Y ésta es la época. Si esperas un poco, acabarán pasados.

—A pasarlo bien, entonces. —le sonreí y le alcé una ceja, invitándolo a que se perdiera conmigo de fiesta en un día que no correspondía.

Estábamos resacosos a más no poder, y ese día yo había quedado con Eric. Qué pereza me dio, por favor. Onai me había hablado para quedar, pero ahora lo volvía a ignorar. En su casa le aclaré que no quería volver a verlo. Que follásemos no quería decir nada más que yo estaba cachonda como una perra. Y que me gustaba hacerlo con él. Pero nada más. El tiempo que pasaba con mi hermano me servía para alejarme del triángulo amoroso y verlo todo desde otra perspectiva. Lo más probable es que no los amase, sino que sólo les quería. Un rayo en el cielo entrando por la ventana me asustó. Pegué un salto hacia atrás en la cama, chocando con mi hermano.

—Ahre rour ma… —dijo.

—Te he entendido todo. —le contesté. Seguía durmiendo, aunque dando mil y una vueltas. Me entró una arcada. Me fui al baño, donde me quedé un rato a ver si se me pasaban los retortijones y el mareo. Era horroroso sentirse así. Nos cogimos un buen ciego la noche anterior. Mi hermano tenía contactos hasta en el infierno. Y me daba la sensación de que me llevó a hacer el test de inteligencia por otra cosa distinta. Quizá era para demostrarme que no era tan tonta como pensaba. Me dio mucha rabia no haber vuelto a la carrera y haber abandonado por un par de profesores inútiles. El año siguiente me iría lejos, a otra provincia, o a otro país, y retomaría la carrera. La acabaría y haría de mí una mujer de provecho. Pero, ay, hasta entonces…

“Hola, preciosa” me decía Eric por WhatsApp.

“Hola” le contesté. Me llevó casi un minuto entero acertar a dar a las teclas. Y sólo eran cuatro.

“¿Quedamos hoy?”

“Sí” iba a escribirle “Claro” pero no estaba yo para hilar palabras. Era la una del mediodía y estaba destrozada. Y, bueno, en verdad puse “Sk”, ayudándome el autocorrector.

“Bien. ¿Voy a buscarte?”

Qué agobio, joder. El móvil se me resbaló de entre los dedos y me quedé medio dormida allí mismo. Parpadeé con pesadumbre y recogí el teléfono, enviándole una grabación:

—Acabo de despertar… Espera a que me espabile. A las ocho quedamos, ¿vale?

—Vale.

Contestó él con su voz también. Como si me hiciera tremenda ilusión escucharle. Bueno, en ese momento lo único que me hacía ilusión era seguir durmiendo. Me fui caminando hasta el cuarto de mi hermano, cuya cama estaba sin deshacer, y me tumbé sobre ella. Dormiríamos separados pero más a gusto. Me estiré, crujiéndome todos los huesos, y, oh, sorpresa, se me quitó el sueño. Típico.

A las dos horas se levantó él. Yo ya estaba más estable. Él se tambaleaba dándose golpes de pared en pared, rebotando como una pelota. Acabó cayendo sobre el sofá:

—No pueeeedo… Voy a morir. Hacía que no bebía así desde Chile.

—Ayer decías desde Italia.

—Eso lo dije a la una, cuando empezaba la fiesta. Madre… Hoy habías quedado con el pavo ése, ¿no?

—Sí.

—Pues yo me quedaré aquí todo el día, viendo películas o masturbándome o algo.

—Llama a mis amigas, pasa un buen rato.

—No, no, quita. No quiero moverme mucho. Dije masturbándome por decir una tontería. Estoy yo para hacer nada ahora mismo.

Se aproximó hacia la nevera, cogiendo un paquete de guisantes congelados y poniéndoselo en la frente.

—Imagínate aguantar la música del payaso de Javi ahora. —me dijo.

—Pfff, lo mato.

—Ganas de matarlo solía tener yo también. ¿Vamos hoy y le cagamos fuera de la baza? Como que se le ha ido la pinza a uno de sus padres o a él y no ha apuntado bien. Se estarían acusando y echando mierda todo el día.

—Jajaja, gracioso suena, pero no, déjalo. Ya volveremos en medio año.

—Una plaga de hormigas sólo le joderá un día o dos, hasta que las mate y se cure el trauma. Ahora dime, ¿cuántas veces te ha molestado con la música? Estima una cifra, corre.

—Much…

—Cifra, ¡cifra!

—Joder, no sé. ¿Quinientas veces? Más, ¿mil? Ni idea. Si casi la ponía a diario aunque fuera en bajo y ya retumbaba.

—¡Más de mil veces! ¡Ese mocoso te ha jodido más de mil veces y tú a él sólo una! ¿En serio es toda tu venganza?

—Ay, ya pensaré en algo.

—No, ¡lo haré yo! Tú ve a disfrutar con tu amorcito. Ale, vete, corre. Vete, vete. —me agarraba, echándome.

—¡Pero si estoy en pijama aún! —reí.

—Lo sé. Vete a preparar, te digo.

—Ya voy, ya… Si he quedado a las ocho. Son sólo las tres de la tarde.

—¿Con chófer, con chófer? —se emocionó mi hermano.

—Sí, con chófer.

—Oh, qué calidad. Podríais llevarme a mí también.

—¿A dónde?

—A ningún lado. Dais una vuelta por la ciudad, me siento importante y me vuelvo para casa.

—Jajaja, ¿se lo digo?

—Nah, ya otro día.

Me fui a preparar, y me puse lo primero que encontré, sin ser consciente de que en aquel día Eric me pediría matrimonio…

 

Siguiente