Aparentemente, lo tenía todo. Estaba feliz, sin preocupaciones, relajada, con el fuego crispando enfrente de mí. Un hombre hecho y derecho a mi lado. No tenía que estudiar lo que no deseaba. Pronto decidiría cómo llevar mi vida y lo lograría con dedicación y pasión, sin miedos. Estaba segura de ello. Aparentemente, estaba feliz. Aparentemente. Porque por dentro estaba rota, deprimida, con ganas de llorar y de derrumbarme. No sabía qué hacer o a quién acudir. Mi inconsciente sabía la respuesta, pero yo no.

Lo que deseaba era echarme hacia atrás, drogarme y emborracharme a la vez y que mi mente se distrajera con mis mundos internos. Que éstos se mostrasen ante mí coloridos, vibrantes y bailarines. Pero sabía que si lo hacía, se mostraría confusos, grisáceos y aterradores.

Evadirme. Eludir mis responsabilidades. Mis fracasos. Mis sentimientos ocultos. Eludir la sombra que me perseguía, que deseaba atraparme y estrujarme.

Pero por mucho que corriera sabía que…

No, no sabía nada. Diría que sabía que me iba a atrapar, pero es que era imposible de huir y de ser atrapada, porque esa sombra era yo. Era parte de mi vida, era parte de mi personalidad, era parte de mis sentimientos. Era… yo.

Y eso era mi problema. Que no podía huir de mí misma. Porque si me drogaba, sólo aumentaría lo que llevo dentro. Por lo que mi sombra agrandaría y me devoraría por completo. La única forma que tenía de salir hacia adelante era enfrentándome a ella. Pero… ¿cómo enfrentarte a un enemigo que desconoces?

¿Cómo enfrentarte a un enemigo que eres tú misma?

¿Cómo enfrentarte a realidades que niegas y que intentas suavizarlas con esperanzas y sueños que ni consigues creerte?

Ése. Ése era el problema. Que aunque tenía esperanzas, ninguna era sincera.

Así que…

Al final yo no estaba tan segura de mí misma como pensaba.

 

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