Mayor arrepentimiento. No sólo había dejado plantado en su cara a Eric, sino que me había ido con Onai y éste me había follado con la regla. Me hice una bola mientras la ducha caliente caía por mi cuerpo. ¿Por qué no dejaba a Eric ya? Cuando creí que la llama de la pasión volvía entre él y yo, Onai apareció de por medio y la hizo menguar. No quería tener a Eric todo el día pendiente de mí, sufriendo por amarme, confundiéndolo. Pero tampoco quería que se fuera.

Joder había sido feliz con él. Más feliz que con nadie. Pero también abrumada, y yo seguía siendo una niñata que necesitaba experiencias y seguir siendo destrozada por tonterías. Él quería amar, yo vivir. Lo peor es que todo esto lo daba por sobreentendido cuando ni siquiera lo había hablado con él. Pensé que se merecía una explicación y que yo estuviera un tiempo con él, conque le escribí un mensaje para ir a hablar. Y lo peor sucedió. Porque volvió a mirarme con sus ojos gélidos que derretían mi alma y todas las ganas de dejarle desaparecieron. Volvieron las ganas de quedarme en su casa al lado de la chimenea haciendo el amor. Volvieron las ganas de acariciar su cabello mientras besaba sus labios. Y volvió la Yanira tonta que no sabe hacer nada por sí misma y necesita que se lo den todo hecho.

—Hola.

—Hola, guapa. ¿Qué tal estás? —me preguntó con mirada de cordero, brillándole los ojazos.

—Mal. Lo siento. Me porté fatal contigo.

—No te preocupes, es algo normal estar liado cuando tienes la regla. ¿Sigues con ella?

—Ya se está yendo. Perdona.

—¿Cómo te dio por…? Espera, pasa. —entramos en su casa. Estaba un poco desordenada, y él tenía barba desaliñada de unos días. ¿Le habría afectado mi enfado? No había contestado a sus mensajes, pero no por enfado, sino por vergüenza.

—No sé, por probar. Además estaba cachonda.

—Ah. ¿Lo sigues estando?

—No mucho, me masturbé un poco.

Tragó saliva. Parece ser que él sí que lo estaba. Entonces se colocó en mi espalda y me dijo:

—En verdad ese día estaba vacilándote. Me encantaba el sabor de tu culo. Quería hacerme un poco el difícil para que me deseases más y me salió mal. Cuando te ate en mi potro te follaré duro con todo lo que tengo.

Ahí tragué saliva yo. ¿Tanto le costaba haberme hecho eso antes de irme con Onai?

—¿Y cuándo me atas?

—En una semana. Dame una semana y te haré de todo.

—¿Otra reunión?

—No sólo eso, que también. Tengo… Tengo que estar absteniéndome unos días. Me van a hacer unas pruebas y tengo que estar tres o cuatro días sin hacerlo. Además, anoche me cogí un pedo que hoy no se me levanta.

—Entonces te drogaste también.

—Un poco. —me sonrió.

—¿Y qué probaste? —le sonreí yo. —¿Podrías invitarme?

—Podría. Pero en otra ocasión.

Me estaba empezando a sentir mal. Ahora quien me daba largas era él. ¿Qué broma cruel del destino era ésa? ¿Y así le hacía sentir yo? Me sentí despreciable. Por torturarlo y ser torturada. Acaricié su mejilla y le di un beso como nunca antes le había dado. Una, por miedo a perderlo. Dos, a modo de disculpa. Y tres, de despedida. Quizá no volvería a verle.

—Perdóname por portarme mal contigo estos días. —le dije. —Se acaba el verano y yo no sé qué hacer para avanzar en la vida. Cada día me siento más presionada y… hecha basura. No sé si alguna vez te has sentido así pero…

—Sí. ¿Crees que yo elegí este trabajo? —preguntó de forma amigable, a la vez que nostálgica. —Mi padre me obligaba. Y da dinero. Mucho. Y soy muy bueno. Pero no me realiza como hombre, ni me alegra, ni me da satisfacciones, ni… ni nada… A veces envidio a la gente de barrio. Suelen conformarse con menos y ser más felices.

—¿Y por qué no cambias?

—Eso haré. No soy estúpido. Si lo dejase todo ahora no llegaría a ningún lado. Pero estoy ahorrando para ser capaz de montar un restaurante. Me gusta más cocinar que lo que hago.

—Guau… Nunca me habías dicho eso.

—Nunca había salido el tema.

—Sí, yo creo que sí. No vas a poder ahorrar si gastas en mí. —le dije encogiéndome de hombros.

—Tú eres un pequeño vicio que me permito tener.

Otra vez volvió el sentimiento. Nos juntamos más y más y nos besamos pasionalmente. Entonces nos separamos y nos dimos un hasta luego, yéndome yo al barrio, preparándose él para irse.

Y lloré en casa. Y mucho. Ojalá hubiera podido hablar con él horas y horas sobre lo mierda que era la vida, pero no, tuvo que irse, y en parte por mi puta culpa. Pensé que lo mejor sería cambiar, decidirse. Pero del pensamiento a la práctica…

Hay un salto.

Un salto gigante al vacío.

 

Siguiente