No sabía que el placer anal era tan adictivo. Desde que llegué a casa estuve dando vueltas sobre la cama, deseando que volviera a posar sus labios en mi…

¿Adicción? ¿Pasión? ¿Lujuria? ¿Qué es lo que estaba mal en mi cabeza? Quería alejarlo y en su lugar me junté mucho más a él. Encima estaba con la regla. Más alterada emocionalmente que de costumbre, que no era poco. ¿Qué iba a ser de mi relación con Eric? ¿Qué iba a ser de mis sueños, de…?

¿Para qué pensarlo? Onai me había dado un orgasmo tremendo el día anterior, en el cual no hice nada por la tarde, sólo rememorar la escena una y otra vez, y en el día en el que estaba quería quedar con mi hombre de ojos gélidos. No me anduve por las ramas. Yo quería disfrutar del sexo, de eso estaba segura. Y quería que me sodomizase y esclavizase con todos los juguetitos que tenía en su mazmorra. Pero con la regla habría resultado ser una masacre. Habría sido una mazmorra realmente. Así que le dije de quedar y nada más llegar a su casa le solté, directa:

—Quiero que me comas el culo. —sonó muy de guarra, lo sé, pero quería sentir lo que sentí con Onai en el baño del restaurante. Es… embarazoso, repulsivo, quizás, el hecho de que yo quisiera repetir las escenas sexuales que tuve con mi amante. Ahora me avergüenzo. Y en ese tiempo también. Pero mi lujuria era mayor que cualquier otro sentimiento.

—¿Qué? —preguntó con una sonrisa a la vez que desconcertado.

—Sí, ¿no te apetece? Tengo la regla y poco más podríamos hacer. ¿Nunca lo has probado?

—No… —miró hacia otro lado pensativo. —¿Tú?

—No… —mentí. ¿Cómo cojones ese obseso del sadomaso no había comido nunca un culo? —Pero me haría ilusión.

—¿Me lo comerás tú?

Puagh. De sólo pensarlo me asqueó. Hipocresía, ¿no? Es que mi culo estaba entero depilado y lavado a fondo. El suyo tendría pelos y… Sin embargo si se lo negaba sabía que no me lo haría.

—Quién sabe… —dije para no tener que romper mi palabra. Sonrió y me pidió que me pusiera en posición. No me lo pidas, joder. Cógeme y hazlo. Incluso tuve que ser yo quien se bajó los pantalones. Dios, esto era culpa de Onai. Me estaba acostumbrando a que me lo hicieran salvajemente. Y eso que con Eric empezó así. Pero…

Acercó su boca reticente a mi ano. Lo olfateó. No quise mirarle la cara. Pensé que le estaría dando asco y mi excitación se fue. Le dio un par de besos y no continuó.

—Lo siento, cariño. —me dijo.

—¿Qué?

—No me gusta…

—Vaya…

Si apenas lo has probado. Joder. Puto Onai. Me diste un placer que solamente tú podrías darme.

—Si quieres te penetro por el ano…

—No, déjalo. Ya no tengo ganas.

—¿Qué? —me miró desilusionado. Te jodes, por cobarde.

—Ya me oíste.

—¿Qué te pasa? ¿Es por la regla?

—No, déjame.

—Puedo usar algún vibrador si…

—No. Guarda tus juguetitos para otras. Ya hablaremos.

Me fui de allí. Estaba siendo una idiota. Pudiera ser la regla, no digo que no. O quizá era su actitud. Necesitaba un hombre a mi lado sin complejos y sin escrúpulos en el sexo. Por favor, me lo había limpiado a fondo. Hasta me metí un dedo para limpiarlo. Ni lo tenía así con Onai y mira cómo me lo comió.

Agité la cabeza. Sin darme cuenta mi propio cuerpo se había movido hasta casa de Onai. Llamé al timbre. Me recibió fumándose un porro de marihuana y los ojos rojos enteros. Entré sin pedirle permiso, le pregunté que si estaba solo y en cuanto me dijo que sí me bajé el pantalón y le dije:

—Cómemelo.

—¿Te ha follado él?

—No. Ha intentado comérmelo pero apenas me ha rozado con la lengua.

—No quiero besar sus babas. Prefiero que tengas el culo cagado a que tengas sus babas. Lávate en mi orinal.

De fondo se oía flamenco en volumen bajo. Tenía encendidas las luces pequeñas, por lo que el ambiente era íntimo. Cambió el casete a uno de música ambiental. Con guitarra, por supuesto. Yo mientras tanto estaba salpicándome las nalgas con agua.

—¿Cómo es que me lo comiste tan bien? ¿Con cuántas has practicado?

Se rio.

—Solamente con una. Contigo. Era la primera vez.

—¡¿Qué?! ¿Era la primera vez y lo hiciste con tanta pasión y decisión?

—Sí. Joder, siempre me hizo ilusión comer un culo. Y tú tienes un culazo que cualquiera se resiste… Bueno, el pijo acostumbrado a comer solomillo en platos de oro sí.

Llegué donde él con la parte de abajo desnuda.

—De los dos, prefiero que tú me comas. —le dije desde lo más profundo de mi alma. ¿En serio era yo hablando o mi excitación? No me dio tiempo a pensarlo. Agarró mis nalgas y me atrajo hacia sí. Lamió mi clítoris. Lo succionó. Mientras lo succionaba lo golpeaba con su lengua dentro de su boca. Entonces con su mano izquierda acarició mi ano, el cual fue dilatándose para él. Dios, ya no me importaba nada. Aquello era lo que yo necesitaba. Buen sexo en un lugar acogedor, no sexo complejo pero sin mucha pasión en un ambiente frío. Creo que iba a pasar de Eric, sí. Onai me estaba conquistando con el sexo.

De succionarlo pasó a hacerle movimientos circulares. Lo dejó trabado con la lengua, y lo subió. Lo dejó trabado con la lengua, y lo bajó. Venían los estremecimientos de placer a cachos. Subidón, bajón, subidón, bajón. Y entonces volvió a lamerlo en círculos. Succionarlo, trabarlo, lamerlo. Dios, seguía un patrón pero de forma caótica. Mi vagina se humedeció tanto que sentí los fluidos cayendo por mi muslo. Él los saboreó, haciéndome cosquillas en la pierna. Reí y me retiré. Ya empezaba a haber esa complicidad que hubo con Eric. Ya empezaba a haber… sentimiento…

Me tiró contra la cama, abrió mis nalgas y metió su cara por completo ahí abajo. Eso sí que era ser salvaje. Eso era demostrar que me desea.

—¿A qué te sabe? —le pregunté moviendo todo el cuerpo incapaz de contener tanto placer.

—A gloria.

Sonreí mientras él me devoraba como si no hubiera un mañana. De vez en cuando le daba cachetes a las nalgas, rebotándome. Y sin previo aviso me penetró la vagina con su lengua. Su frente estaba contra mi ano mientras su lengua entraba en mí.

—La… la regl… —su lengua chocó contra el tampón. Me incomodé tanto que me puse tensa.

—Sólo es un poco de sangre, cállate.

—Pe… Lo-lo sien… —metió su lengua cuanto le cupo. —¡to! —gemí en un grito. No le importaba. No le importaba nada. Era el hombre perfecto sexualmente hablando. Me folló con su lengua a pesar de la sangre sucia que salía de allí. Enganchó el cordón del tampón con los dientes y me lo fue retirando con suavidad. Me dolió un poco y al irse un chorretón de sangre salió de mí. Por fortuna no le di. La cama no corrió la misma suerte. Y volvió a follarme con la lengua. Joder. Era la incomodidad más placentera de mi vida. Su boca estaría llenándose de mi sangre mientras a mí me daba un placer prohibido como el que me había dado el día anterior. ¿Qué clase de hombre era aquél?

Lamió. Rozaba el punto G con su lengua. Quise que me lo estimulase.

—Méteme los dedos, por favor. —le pedí. Metió sus izquierdos. Me fijé en que sus derechos tenían las uñas largas, seguro que por tocar la guitarra. Y, como leyendo mis pensamientos, presionó mi punto G, yéndoseme la vista por el placer. Caí de lleno bocabajo sobre la cama. Él me veía completamente a su merced. Me dieron ganas de llorar por todo lo que estaba sintiendo. Gemí como una perra lo que no pude gemir en la calle y el baño. Se sacó el pene y lo rozó en mis nalgas. —Métemela. —le pedí. No me importaba el agujero que eligiera. Me giré para mirarlo. No le vi sangre, sólo los labios un poco más brillosos.

—¿Cómo se pide? —me preguntó con una sonrisa, restregando aún más su pene en mí.

—Métemela, por favor. —le dije cayéndome saliva de la boca. Lo miré rogándole. Me obedeció introduciendo la punta en la vagina. La tenía muy gruesa. Pero yo estaba muy húmeda. —Más. Más al fondo.

—¿Hm?

—Por favor…

Metió hasta la mitad. Casi llega hasta el fondo en esa posición. Si me la metía entera me desgarraba. Mi pecho contra la cama y él encima de mí. Su sudor caía sobre mi cuerpo. Su piel se pegaba con la mía. Dejó el pene quieto y estiró su cabeza hasta mi espalda. La lamió de extremo a extremo. Un escalofrío me recorrió cuando introdujo más su pene. Por favor, ya no podía aguantar tanto placer. Era demasiado. Todo tiene su límite, incluso el sexo. Me estaba volviendo loca. Una cosa es mantener relaciones y otra esa máquina de placer. Ya no era su forma de hacerlo; era que me lo estaba haciendo todo. Porque mientras me penetraba y me lamía, me metía el dedo corazón por el culo. Su dedo y su pene se masajeaban entre ellos; uno desde la vagina y el otro desde el ano con mi piel por el medio. Y entonces ya me la metió del todo, dando de sí mi vagina. Sentí un ligero pinchazo. Él lo notó y retiró su pene, pero le pedí:

—Mételo. Hasta que me acostumbre. Quiero que no te contengas.

Me hizo caso. Sus muslos estaban sobre mis nalgas. Su pecho sobre mi espalda. Su mano derecha apoyaba su cuerpo mientras me besaba con lametones y mordiscos el cuello. Me sonrojé hasta tal punto que, sin quererlo y a una velocidad pausada, me llegó el primer orgasmo. Gemí como una loca, pero no me satisfizo. Él sacó su polla para correrse sobre mí. No le dejé. Lo tumbé sobre la cama. Él, sentado en el borde, y yo de espaldas me iba introduciendo su rabo. Me estaba sentando sobre él. Estiré mi cuerpo hacia delante y solamente moví mi cintura.

—¿Esto es lo que llamáis twerk? —preguntó él.

—Esto es lo que yo llamo ser una guarra. Y me encanta. ¿Por qué esconderlo?

Ahora eran mis nalgas las que golpeaban sus muslos mientras su pene entraba y salía de mí a mi gusto. Se agarró con fuerza a las sábanas y me dijo:

—Si sigues así me voy a correr dentro de ti.

—Hazlo. Por favor, hazlo.

Gimió. No solía hacerlo, pero cuando lo hacía yo me excitaba el doble. El orgasmo también me fue llegando. Un ardor nacido en la vagina se expandió hasta el resto de mi cuerpo según sentía su pene vibrando dentro de mí eyaculándome y llenándome de su semen mi interior. Mi cuerpo tembló. No pude afrontar el orgasmo que yo estaba teniendo. No pude seguir a la misma velocidad y ritmo. Fui más lenta y torpe. Temía interrumpirle el orgasmo pero en su lugar me lanzó contra el suelo sin separar su polla de mí y me penetró con violencia estando yo a cuatro, rematando su corrida e intensificando mi orgasmo.

Y cuando todo acabó se apartó de mí, fue a lavarse la cara, las manos y el pene con jabón mientras yo estaba en el suelo sin poder moverme, sonriendo mirándolo. Vino hasta mí, me agarró en brazos y me tumbó sobre la cama. Apartó las mantas y mi ropa de arriba y se entretuvo besando mis senos.

—¿Tienes ganas de más?

—No. Es sólo que me gustan tus tetas.

Sonreí. Quizá más triste que otra cosa. Me gustaba más ese hombre que el mío. Prefería a ese hombre antes que al mío. Acaricié su pelo sudado y abracé su cuerpo con mis brazos y piernas mientras él reposaba su cabeza sobre mi pecho. Sin embargo yo sabía que era por culpa de la regla. ¿Qué destino trágico me esperaba? Eric era encantador y también una fiera en la cama, pero Onai era más pasional y activo. La pregunta no era con quién debía quedarme, no. La pregunta era… ¿a quién elegiría mi corazón?

¿A quién elegirían los dioses?

 

 

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