Estábamos en el parque. Soleado, la luz se filtraba entre los árboles. Los niños jugaban, la gente paseaba, los señores mayores se sentaban en los bancos azules. Aquello era el paisaje. Verde y azul, en su mayoría. Yo llevaba una camisa a cuadros, pantalón vaquero y mi pelo en coleta. Él llevaba una camiseta blanca de tirantes, vaqueros negros y deportivas blancas. Estábamos escondidos detrás de unos matorrales. Podíamos oír a la gente caminar cerca de nosotros, pero ninguno se asomaba ni se metía por entre las zarzas en las que nos hallábamos. Asomé mi seno derecho, acariciándomelo con suavidad mientras me mordía el labio inferior mirándolo sensual y salvajemente. Se bajó la bragueta y se retiró su pene erecto. La situación lo excitaba. Fue entonces cuando me fijé en que tenía dos pecas. Un hambre intensa me atacó. Una especie de adicción por él. Adrenalina, morbo, subidón. Un cúmulo de sentimientos inexpresables. Tragué saliva. Era bien robusta, y acababa en punta, perfecta para empalarme. Empezó a masturbarse delante de mí. Lubricaba. Estaba húmeda. Quería que mi saliva se mezclase con sus fluidos. Metí mi mano derecha por dentro de mi pantalón, esquivando mi tanga para acariciar mi clítoris. Sus ojos se entrecerraron. También se mordió sus gruesos y sabrosos labios. Se le escapó un pequeño gemido que terminó por empapar mi vagina. Me sentía tan húmeda que el clítoris se me escurría de entre mis dedos. Tragué saliva yo ahora. Mi dedo índice jugaba con mi clítoris, mi dedo corazón acariciaba la entrada a mi vagina. Quería que Onai me penetrase hasta el fondo. Le cabría entera y a la primera. Estaba muy húmeda. Ni mi salvaslip podría contener mis líquidos. Él se agarraba la polla con toda su mano cerrada, subiendo y bajando su piel procurándose placer. Llevé mi mano izquierda hasta su escroto y se lo acaricié. Pareció incrementarle el tamaño del pene. Acerqué mi boca hasta su glande y le di un beso que le hizo vibrar. Lubricó más. Sentí cómo su pene escupía. Lo lamí con la punta de mi lengua.

Los pájaros cantaban, el viento rozaba nuestras pieles, el aroma a eucalipto tapaba el de nuestro a sexo. La gente reía, los niños gritaban, los coches pasaban a lo lejos. Las hojas, movidas por el viento, rozaban nuestra piel. Y, mientras tanto, nosotros dejándonos llevar por la pasión. Metí más adentro su pene en mi boca, y dentro jugué con él. Lo succionaba, sintiendo estremecimientos de placer por parte de Onai. Agarró mi nuca y me embistió con su cintura, follándome la boca. Yo no quería que él me comiera; estaba demasiado cachonda. Aparté la cabeza, me retiré el pantalón y me puse encima de él. Como predije, su polla cupo en mí a la primera. Llegó hasta el fondo, más aún, incluso. Mis ojos se fueron hacia arriba, quedándoseme en blanco. Cerré los párpados para no dejarle ver todo el placer que me estaba dando. Pero era inevitable. En cada acometida, cada embestida suya, las ganas de gemir resultaban más incontenibles. Quise correrme, pero también quise disfrutar de aquello que quizá nunca volvería a suceder. Me agarró del cuello y me miró a los ojos, mordiéndose el labio inferior pero ahora no por estremecerse de placer, sino con superioridad, como si se creyera dueño de mí. Lo peor es que lo era. Ahora mismo era esclava del placer que me daba. Mi cuerpo era preso del suyo.

No pude contenerlo. Mi cara se contrajo sola. Ahora mismo no sabía qué tipo de expresión tenía. Me estaba dando tanto placer que me desvanecí entre sus brazos. Mientras apretaba mi cuello con su mano libre agarraba bien mis nalgas, acariciando la entrada de mi ano. No resistí. Me corrí brutalmente, mordiendo su cuello para no gritar como una loca, arañando su espalda como una fiera descontrolada. Risas de niños cerca de nosotros incrementó la intensidad de mi orgasmo. El morbo de que en cualquier momento me descubrieran me superó. El orgasmo estaba dejándome sin aire. Necesitaba recuperarlo, pero el orgasmo no se iba. Era muy, muy intenso. Creí desmayarme, pues mi cuerpo se desplomó sobre el suyo. Mis manos no dejaban de acariciar su piel. Me había olvidado del mundo entero. Estaba en otro plano de existencia, donde mi alma estaba a su merced por el placer que le había entregado a mi cuerpo.

Peor que drogada, peor que enloquecida. Podría haber muerto dulcemente entre sus brazos en aquel momento. Él me arropó con sus manos y se rio al verme así. Me vistió y me llevó en brazos hasta su coche. La gente se quedó extrañada al vernos salir del matorral. Y más todavía con la sonrisa de oreja a oreja que llevábamos. No sé en qué momento se corrió. No sabía si lo había hecho. Pero yo estaba tan extasiada que todo dejó de importarme. Me colocó en el asiento del copiloto, me puso el cinturón y condujo hasta el barrio. Una vez allí me llevó hasta su casa. Creo que nos vieron algunos parroquianos del bar de la esquina, y algunos otros colegas suyos. Las dudas surgirían pero yo… a mí ya nada me importaba, solamente él. Nos recostamos en la cama y me quedé dormida entre sus brazos. Otra vez.

 

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