Volví a casa por la noche. Pasé un gran día junto a Onai, viendo la lluvia caer, alimentándome de hamburguesas en restaurantes de comida rápida que él había ido a buscar mientras yo lo esperaba. Pero, horror, tocaba volver a casa. No sé por qué me había empezado a parecer tan grande, tan vacía, tan inquietante. Quizá todo empezó cuando mi hermano se fue. Cuando mi hermana nació él empezó a dormir en mi habitación, y eso es malo. Dos hermanos de géneros distintos durmiendo en el mismo cuarto. Pero nada más cerrar la puerta tras de sí yo… me sentí fatal, sumado a todos los proyectos que empecé y dejé a medias, mal acabados o fracasados. Volver a casa y sentir que me miran como si los hubiera decepcionado, cuando en realidad no me miraban así, pero mi propia paranoia me hacía pensar eso resultaba odioso. Ganas de irme, pero no veía cómo. Teniendo en cuenta a su vez a los vecinos tediosos al final acababa odiando mi propia vida, cuando no había nada que odiar, sólo un cúmulo de circunstancias que me hacían sentir tan mal que me volvían adicta al sufrimiento. Me fui a la habitación tan pronto volví y me asomé por la ventana, a ver la luz que salía de la casa de Onai, a pensar en él y en lo bien que estaría allí. ¿Y por qué no ir?

¿Por qué no me quedé con él?

Creo que prefería un tiempo para mí sola, para pensar mil cosas. Esas cosas que no te llevan a ningún lado y que sólo dan quebraderos de cabeza. Me tiré en la cama y miré el techo. Había tanto silencio que parecía prohibitivo. ¿Fue la lluvia quien me lo concedió? Ah, no, que era de noche. Me golpeé en la cabeza un toque suave con la mano y negué, acomodándome a la cama. Mi hermana entró sin llamar:

—¿Quieres cenar?

—¡Pero llama!

Golpeó a la puerta y volvió a preguntar:

—¿Quieres cenar?

Por dentro me reí, por fuera puse cara de enfadada.

—No, ya estoy servida.

—Ya, si se te oía desde aquí.

—¿Qué? —mis ojos se desorbitaron. ¿Tanto había gemido? Ella se rio:

—Idiota, ahora ya sé que lo has hecho aquí cerca. ¿Con quién, eh? Dime, ¿con quién?

Fruncí el ceño. Maldita cría. Era demasiado lista.

—Calla, con nadie. ¡Os!

—Hala. —cerró de un portazo y se fue. Me cabreé momentáneamente hasta que empecé a reírme yo sola.

Me llegó un mensaje de Onai.

“Cuando la lluvia se va, yega el sol. Mñn si hace bueno vams al parke, ok?”

“Cuando la mala ortografía se va, llega el agradecimiento. Mañana si hace bueno vamos al parque, ok” le contesté para picarle. Odiaba a la gente que corregía a los demás para hacerse los chulos y sentirse superiores. Yo lo hacía para fastidiarle. Me hice una foto sacándole la lengua y se la envié. Él me envió una foto desnudo de torso hacia arriba.

“Estúpido, no me envíes esas cosas”

“¿A k t las envío peores?”

Me reí, hasta que me llegó una foto de su pene. Madre mía. Tenía que borrar eso de mi móvil de inmediato. Pero tampoco quería borrarlas para siempre. Encendí corriendo el ordenador y las guardé ahí, junto a otras picantes que me envió Eric en su día. Me sentí entre dos tierras. El sueño me impedía empeorar mis sentimientos. Aproveché para ponerme los cascos y escuchar música de forma relajada hasta que el sueño me venció y, arrastrándome, me tiré en la cama. Con ropa puesta, sí. Típico mío.

 

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