Lo roja que estuve desde el pueblo hasta mi casa no tiene descripción. Ir con él en el coche en silencio, mirándonos de reojo y sin apenas movernos era de los momentos más incómodos jamás habidos. Ahora que mi lívido estaba por los suelos yo no encontraba forma de escapar de aquello. Encima él iba borracho. Borracho y relajado, mala combinación. Sé que él querría repetir, pero yo… yo pensaba que había sido cosa de una noche. Que no importaba mucho pues con Eric aún no había formalizado nada. Yo siempre había sido anti infidelidades. Y la única parte que me evitaba odiarme a mí misma era la de pensar en que Eric y yo no éramos más que amigos con derecho a roce. Era la fina línea que separaba la cordura de la locura. Pero para loca me volvía Onai. O más bien me había vuelto. Ahora sólo quería irme a casa, a echarme en la cama y que el mareo del alcohol se pasase junto a la vergüenza de lo que había sucedido. Tras varios minutos interminables llegamos al barrio sin percances ni policía que nos cortase el paso. Al bajarme del coche él también dio un salto y se dirigió hacia mí.

—E-estoy bien… —balbuceé. —Sólo quiero dormir.

Él me miró, asintiendo, respetuoso. Pero entonces me dio un abrazo y me dijo:

—No quiero que sólo haya sido una vez.

Apretó mi nalga, sacudiéndome una fuerte excitación. No contesté nada, pero lo más probable es que hubiera contestado: “yo tampoco”.

Me subí a casa mientras él se iría a devolver el coche y me encerré en el cuarto, cayendo rendida otra vez con la ropa puesta. Instantáneo, casi. Error mío, pues no puse en silencio el móvil y a las diez y media ya me estaba despertando, aparte del pis que me hacía y del hambre que tenía.

Unos cuantos mensajes de Eric en el móvil. Un sentimiento de culpabilidad llenó mi corazón. ¿Cómo iba a hablarle ahora? ¿Cómo iba a mirarle a la cara? Yo me estuve ilusionando con él cuando no debía, y él conmigo. Que yo no quisiera ilusionarme no me quita la responsabilidad de que él al final lo hiciera. Pero tampoco podía responsabilizarme de un sentimiento que yo no había buscado. Sin embargo es lo normal, ¿no? Conocer a alguien, estar con esa persona, dejar que la chispa del amor surja, que el tiempo pase…

Respiré un aire amargo cargado de tristeza. ¿Qué debía hacer? ¿Confesárselo? ¿Formalizar nuestra relación y olvidar el desliz? ¿Terminar con él y empezar algo con Onai…?

Negué con la cabeza, torciendo los labios. Lo que me apetecía era… Era…

No sé qué me apetecía.

Un mensaje de Onai llegó de pronto.

“Stuvo bn la noxe, no? :)”

Sí, lo estuvo…

Sonreí como una idiota. Sólo me apetecía estar con él. Lejos de verle como alguien con quien había cometido un error lo veía como a alguien con quien pasarlo bien y compartir buenos momentos. Suspiré y le escribí:

“¿Quieres repetir?”.

“Bfff, no se, a ver si me voi a empaxar :):):)” contestó.

“Aprende a escribir y tal vez te deje repetir menú” le puse toda soberbia.

“Scribir se, xro cometo faltas”.

“Aprende a no cometerlas”.

“El autorrector me ayudará”.

“Autocorrector, dirás”.

“Eso, eso…”

Reí. Como una estúpida. Sólo él solía sacarme esas sonrisas, aunque llegase a odiarlo. Y por eso lo odiaba más. Qué idiota yo. Me dijo de bajar un rato, y ahí estaba yo a las doce de la tarde, sin escuchar la música de ningún vecino sino la de Onai rasgando las cuerdas en el banco alrededor de sus amigos, los cuales contaban gilipolleces.

—Vivimoh en Matriiii. —soltó uno, el pinzado del barrio. Gafas de sol, gorra azul, camiseta hawaiana, bermudas blancas y sandalias. Apenas se dejaba ver, pero cuando lo hacía empezaba a soltar paridas conspiratorias y sobre controles mentales.

—¿Qué hay, Toni? —preguntó Onai prendiendo el porro que acababa de recibir.

—Chavales, es todo una mentira. Todo lo que veis y sentís es una sucia mentira.

—¿Y cuál es la realidad? —le pregunté.

—La realidad no existe, cada uno ve y vive su propia mentira. La realidad es un concepto vacuo.

—A tomar por culo. —le dijo Onai tocando su guitarra. —A tomaaar por cuuuloooo. —cantó con esa voz aflamencada que me abstraía.

—¡Nunca llegamos a tocarnos! ¡Si llegásemos a hacerlo sucedería una explosión nuclear!

—Hala, que sí. —le dijo uno de los yonkis del banco. Toni siguió su camino, pregonando más teorías que le rondaban por la cabeza. Empezaron a criticarle y ponerle a parir, como hacen con todos. Decían que tanto videojuego y películas le habían comido la cabeza. A mí me parecía interesante lo que decía. Me encantaba oír siempre la opinión de la gente y su filosofía de vida. Sí, sacar de todo un poco y así pensar por mí misma. No parecía que fuera un loco, pero su forma de pregonarse lo delataba como uno.

—Quiero echar un GTA. —soltó el Chino. —¿Os hace? A las nueve todos dándole.

—Nano, roba un coche y atropella a viejas en la vida real. Fijo que te lo pasas mejor. —le dijo el Johnny.

—¡Jaja! —rio con su risa estrepitosa. —A tu vieja voy a atropellar, a ver si bromeas después.

Y ésas eran sus típicas conversaciones. Graciosas pero al rato aburridas, porque si no participas te acabas rallando. Y así estaba yo, rallada. Miré a Onai y le guiñé un ojo. Un guiño furtivo que le pidió que viniese conmigo.

—Bueno, piro a casa. Ya hablamos.

—Vengaaa. —me dijeron. No sé por qué siempre me insistían en quedar si al final me tenían muerta de risa en una esquina. Fui hacia casa cuando Onai me interceptó:

—Si subes a la mía te verán, si voy yo a la tuya será peor. ¿Cómo lo hacemos?

—Hay un parque en el centro… ¿Sabes cuál es? El parque de Isfo. O algo así.

—Sí, joder, mítico.

—Pues ése. A las cuatro. ¿Te parece bien?

—No. A las cinco allí, detrás del campo de fútbol.

Arqueé una ceja. Enfrente de nuestro barrio había un pequeño descampado, quizá para edificar en un futuro, y más allá un campo de fútbol, el cual quedó obsoleto haría cinco años. Donde él se refería era una zona en la que se solían reunir para privar. Es decir, emborracharse antes de salir de fiesta. Y hacía diez años simplemente bebían para hacerse los valientes y los mayores. Recuerdo esos días como si hubieran sido dos días atrás. Y ahora me encontraba yo con todo un futuro por delante, siendo responsable de él. Siempre lo fui, ¿no? Sólo que ahora pesaban más las decisiones, no como en aquel entonces.

—Vale. —le contesté, yéndome a casa. Me apetecía encerrarme un rato en mí misma, pero la música y los niños afuera gritando y dando balonazos no me dejaban pensar tranquila. ¿Por qué me sentía atacada por todo lo que me rodeaba? ¿Era culpa mía, de la vida, de mis genes…? De todo un poco, fijo. No había nadie en casa. Todos habían salido a dar una vuelta. Y yo allí, intentando escuchar un poco de música o de ver una serie, incapaz de lograrlo. Cuánto odio en un corazón de mujer tan joven…

El teléfono sonó. Era Eric llamándome. Me puse colorada. Tragué saliva y alargué una mano, pero no se lo cogí. Lo lancé al otro extremo del sofá, pues estaba en el salón, y retornó mi mirada hacia la televisión, a un programa en el que no podía concentrarme. Me mordí las uñas, nerviosa. Rasqué mi frente arrugada por la intensidad de mis pensamientos. Hacía un mes y algo estaba anhelando que me llamase. Ahora lo rehusaba. Tan rápido había ido mi indecencia que me parecía mentira. Busqué un cigarro de mi padre, o mi madre, no recuerdo ya quién fumaba, y me lo encendí allí. Me asomé a la ventana, incluso. Me llegó un wassap de Onai.

“Me pones muxo cuando fumas”.

Miré el mensaje y le di otra calada. Lo ignoré por completo. No estaba yo para estupideces. Lo único que quería era… que los dos me dejasen en paz y yo sacarme mi porvenir, mis estudios abandonados. Me fui a la habitación y me tumbé en la cama tras haber tirado el cigarro al vacío. Leí los mensajes del día anterior de Eric. Típicos de: “¿Dónde estás?”, “¿Estás bien?”, “¿Quieres quedar?”. Ya ni recuerdo qué sarta de mentiras le solté. Lo peor es que ese día quería quedar con Onai. Quería estar con él y…

Y no enamorarme de Eric. Porque dolía mucho. El amor era realmente doloroso.

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