—¿Cómo que hoy no puedes? —pregunté indignada cuando me dijo Eric por teléfono que no podía atrasar aquella reunión. Mi vagina necesitaba sexo con urgencia y no podría consolarme hasta por la noche. No importaba cuántos dedos me hiciera, yo sé que seguiría teniendo esa hambre intensa. Además, si me masturbaba al final acabaría dejándome el órgano sensible, conque tenía que aguantarme diez horas. Suena tontería, ¿no? Diez horas no es mucho. Años llevaba sin hacer nada antes de Eric. Pero ahora era una necesidad constante que castigaba mi vagina y mi cuerpo. No sé cómo describirlo. Una sensación que nacía en el pecho y que fluía hasta el órgano sexual y hasta la boca. Unas ansias de ser penetrada al mismo tiempo que yo lo devoraba con besos. Pero mi imaginación pasó de un joven alto, ojos azules y piel blanca a otro no tan alto, ojazos verdes y piel morena. Pensé en él y yo yendo en un coche a ciento cincuenta kilómetros, emborrachándonos y drogándonos, jugando con la muerte mientras nos enrollábamos y nos follábamos con deseo y lascivia.

Me llevé una mano a la frente. Estaba vestida y tirada en la cama. Aún no me había levantado. Me quedé pensativa, sintiéndome extraña. Me quité la parte de arriba de la ropa y me quedé desnuda. Jugué con mis senos, como si tuviera a un hombre enfrente de mí. Y digo “un hombre” por no decir Onai. Imaginé que estaba enfrente de mí, con su falo gitano apuntando hacia mí y yo impidiéndole acercarse más. Yo dominándolo. Me apetecía hacer eso. Ser yo quien tomase el mando. Ser yo la dominante. Una “dominatrix”. No tanto, pero sí ser quien llevase las riendas, quien decidiera qué hacer y cuándo en el acto sexual. Y me encantaría dominar a Onai. Parecía tan indómito, tan libre, tan rebelde, tan salvaje… que me apetecía someterlo. Por eso y por todos los quebraderos de cabeza que me dio en su día. Devolverle la jugada y de paso follármelo bestialmente…

Tragué saliva. Había salivado tanto que por poco se me cae la baba como a una perra. La música sonó de fondo. El subnormal de Javi. Dejé de toquetearme y me puse el pijama para disimular un poco. Respiré aire y dije:

—Esta noche sodomizaré yo a Eric.

Mi hermana apareció de pronto sin despegarse del móvil. Alcé una ceja, intrigada.

—¿Quién es el desafortunado?

—¿Crees que estoy hablando con un chico? Por Dios, no soy tan tonta como para desperdiciar mi tiempo con alguien que sólo quiere aprovecharse de mí porque lo ha visto en una película.

—¿Tú eres más inteligente de lo que aparentas? —pregunté más que afirmar. No me contestó. Reí por lo bajo. Pronto le tocaría la hora de pasar de todo el mundo. La edad en la que más insoportables estamos en la vida. De hecho ya le estaba llegando. Parecía más madura de lo que le tocaba. Ojalá hubiera aprovechado más su infancia. Yo me dediqué a… A no hacer nada en todo el día. Mirar el Facebook. ¿Sabéis de esto de ir bajando la rueda del ratón y mirando publicaciones graciosas que te entretienen pero que te hacen sentir que estás tirando el tiempo? Pues así. E ir escuchando música nueva en mis cascos a todo volumen para superar el de Javi. Mis colegas quedaron abajo, en el bar. Podría haber bajado con ellos y haber pasado la tarde entre historias y cervezas, pero no quería relacionarme con ellos demasiado. ¿Por qué razón? Por el simple hecho de saber que yo llegaría a tener sus vidas me aterraba. Aunque ya la estuviera teniendo.

Llegó la hora. Me puse una falda, unos tacones, una camisa blanca con escote, pintalabios rojo y sombra de ojos. Madre mía, estaba cañón. Parecía una colegiala putona. Me dio vergüenza ir así por la calle. Sería el centro del mundo entero. Llamé a un taxi que yo misma me pagué y llegué hasta casa de Eric. Ni el taxista ni el portero me quitaron la mirada. Cuando llegué a su piso entré prácticamente de un patadón a la puerta. Lo vi parpadeando intentando asimilar la imagen de mí que estaba vislumbrando.

—¿Cómo es que-…?

—Cállate. —le espeté, agresiva, lanzándolo contra el sofá tras cerrar la puerta. —Ahora vas a hacer lo que yo te ordene o no tendrás nada de mí.

Se rio. ¿No estaba lo suficientemente cachondo como para tomárselo en serio? Tiré de su camisa, arrancándole todos los botones, saltando en todas las direcciones mientras dejaba su torso al descubierto. Mi mano se apoyó en un pectoral suyo, clavándose las uñas en su piel mientras la deslizaba hacia su cintura. Desabroché el cinturón y con mi mano apresé su polla, apretándola. Con un giro de muñeca en espiral fui masturbándole hasta que la sentí tan dura que la saqué al aire libre. Sonreí al verla tan expuesta para mí. Quise llevármela a la boca, pero yo debía someter aquella vez, y no él a mí. Además, todavía no se la había chupado. Acerqué mis labios hasta su glande y dejé caer mi respiración por mi boca sobre su rabo, estremeciéndose de placer. Sonreí aún más. Dejé que cayera un hilillo de baba de mis labios hasta su pene, lubricándolo.

—Te gustaría que te la comiera, ¿hm? —le pregunté con voz de salida.

—Mu… mucho… —tartamudeó, a mi merced ya. No se reía, no, sino que estaba deseando sentir placer sexual. Quien rio fui yo. Saqué mi lengua y la aproximé al glande sin llegar a tocarlo. Temí que le diera un arrebato y me follase la boca, así que no quise provocarlo mucho más. Con mi lengua dando vueltas alrededor de su glande sin llegar a saborearlo y mi mano apretándolo ideas fueron viniendo a mi cabeza. Me eché hacia atrás y sonreí.

—Tendrás que obedecerme.

Asintió, boquiabierto, completamente expuesto a mí. Mordí mi labio mirándolo. Estaba tan comestible y tierno… Me habría encantado metérmela en la boca. De hecho tenía mucha hambre de su polla. Me senté en uno de los reposabrazos del sofá y me quité el tacón derecho. Los dedos de mi pie masajearon su escroto unos segundos antes de seguir recorriendo su cuerpo hasta su cara.

—Lámemelo. —le dije. Tragó saliva. Estaba tan cachondo que no se cuestionó mis órdenes. Se metió varios dedos en la boca y ahí los chupó, dándoles un repaso con la lengua. Mi vagina estaba tan húmeda que me asustaba. Fui clavando el tacón de mi pie izquierdo en su escroto a medida que me lamía la planta del pie. Un chorro de semen salió despedido de su pene a mi pierna. Hice que se corriera. Estaba tan cachondo que no aguantaba más. Pero sólo fue un chorro, porque yo paré.

—Por favor, quiero…

—¡No! —dije yo, extendiendo mi cuerpo hasta su cara y dándole un tortazo. Me puse de pie, quitándome el tacón que me quedaba, y me bajé el tanga. Lo había llevado sin salvaslip a propósito. Ahora estaba empapado de mis fluidos. Se lo amarré a la cara para que tuviera el olor de mi vagina y la anhelase con un ardiente deseo. Tan ardiente como el deseo que sentía yo por él. —Ven. —le dije, yéndome hacia su cuarto del placer. Al girarme le dije: —Ven a cuatro patas, puto esclavo. —ya se me había subido a la cabeza. Temí que se lo tomase mal, pero no pareció, porque me obedeció sin reprochar. Una vez dentro le pedí que se colocase en el potro. —Ya que tú no me lo das, te castigaré yo.

Me encantó su mirada. Estaba tan desencajada que me provocaba satisfacción. Se colocó en el potro, cerrándolo yo después. Me paseé por el cuarto, buscando la herramienta apropiada. Más ideas me venían. Cogí un látigo y me posicioné enfrente de él, atado al potro a cuatro patas sobre el suelo.

—¿Te han dado alguna vez tu propia medicina?

—No…

—Vas a enterarte, entonces. Te voy a recompensar. —me acerqué hasta donde él estaba y le dejé mi vagina cerca de su boca. —Voy a dejar que me lo comas todo. Pero, claro, si llegas… —sonreí. Y mi sonrisa se amplió más al ver cómo se estiraba intentando alcanzarme. Sacaba la lengua lo máximo que podía y, cuando rozaba mi clítoris, dándome una sacudida de placer indescriptible, le atizaba con el látigo en el trasero. Mis ojos se desorbitaron al ver que le había causado sangre, pero más se humedeció mi vagina al escuchar un gemido procedente de su alma. Volvió a intentar lamerme el clítoris, y yo volví a darle con el látigo. Otra vez gimió y agachó la cabeza. Pero le vi cogiendo aire y viniendo a lamerme lo mejor que supo. Le di con el látigo y no se inmutó, sólo movió un poco el cuerpo aguantando el dolor. Seguía lamiéndome. Le di una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces… y él no se apartaba. Joder, me estaba llegando el orgasmo. Me ponía demasiado cachonda. Ya no tenía fuerzas para darle con el látigo porque mi cuerpo entero temblaba. Lo dejé caer y me agarré al potro para sostener mi cuerpo. Vibraba tanto que me era imposible aguantarlo. Me estaba corriendo con su lengua en mi clítoris. Gemí como una perra lo que duró el orgasmo. Me hizo sentir tanto que creí que iba a explotar.

Cuando acabó, no podía sostenerme de pie. Me tumbé en el suelo un minuto. Minuto que él sufrió. Seguía tan excitado que se retorcía en el sitio, intentando liberarse para venir donde mí y follarme. Se me ocurrió una idea. Cogí uno de los vibradores que quería que usara conmigo y me acerqué hasta su culo. Le introduje un dedo, apretándolo con fuerza. Su empalmada pareció crecer. Entonces encajé el vibrador y le di velocidad. Quien gemía como un perro ahora era él. Le di una pequeña patada en los huevos y luego lamí las heridas de sus glúteos firmes y subí hasta su espalda. Lo masturbé como si lo estuviera ordeñando. Seguía dejando caer mi baba por cada recodo de su piel. Cuando sentí que se iba a correr me detuve. Le pillé el truco. Cuando más le vibraba el pene es que estaba a punto de eyacular. Entonces me puse debajo del potro y le dije:

—Ahora me vas a follar las tetas hasta que te corras.

Y así hizo. Hundí mi cabeza entre sus abdominales para evitar que el chorro de semen me diera en la cara y él embistió mi pecho. Su pene se situaba entre mis tetas, las cuales yo apretaba para que él sintiera el placer necesario para correrse. Se movía con torpeza, seguramente por culpa de los latigazos y el vibrador, pero cada vez que cogía impulso echándose hacia atrás para embestirme se le escapaba un gemido como nunca antes le había escuchado y su cuerpo entero se sacudía. Sentía demasiado. Apenas estuvo medio minuto que su corrida llenó mi pecho. El calor de su semen recorriéndome me llenó de satisfacción el alma. Mordí sus abdominales y le di un pequeño beso en el tronco del pene, el cual se movió de la emoción y brotó un poco más de su néctar, cayendo en mi barbilla. Cerca estuvo.

Había sido la hostia para ser la primera vez que yo dominaba así, y, a pesar de haberme quedado satisfecha, mi vagina aún necesitaba ser inundada con su polla bien tiesa y dura.

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