—¿A dónde vas, morena? —me preguntó Onai, el único que me hablaba tras el plantón que les hice, con su sonrisa resplandeciente. Una sonrisa que me puso nerviosa, sin saber por qué. O sabiéndolo, pero ignorándolo.
—No soy morena, soy castaña. —le dije apartándole la mirada, haciéndome la digna.
—Ya, vengaaa. Pásatelo bien. —me lo decía por mi look. Iba de fiesta con Eric. Faldita hasta casi las rodillas, chupa de cuero y una camisa corta con escotazo, aparte de unas botas con tacones y pendientes de aro. Algo de maquillaje por aquí y por allá. Todo chula iba. —Ayy, qué te haría yo. —dijo cantándome con su voz flamenca. Por un momento me apeteció quedarme ahí parada escuchándolo. Pero me había estado dando el coñazo toda la mañana, y ya me había quejado varias veces, aunque me gustase su voz. ¡No! ¡No me puede gustar! Hinché el pecho y pedí el taxi que me llevó al centro por petición de Eric. Si por mí hubiera sido habría ido en autobús. Pero pagaba él, así que no podía quejarme.
Me recibió abriéndome la puerta, como todo un caballero, y pagando al taxista después para despedirle con una sonrisa encantadora. Me miró con sus ojos congelantes y me quedé muerta en su mirada. Había estado sin verlo pero deseándolo durante dos largos días. Rodeé su cuello con mis brazos y enterré mi cabeza en su pecho. Agarró mi mentón y con suavidad hizo posar mi mirada en la suya para luego obligarme a cerrar los ojos y fundirse conmigo en un beso. Escalofríos sentí cuando me abrazó con fuerza y me dijo:
—Vamos. La noche es joven.
Le sonreí. Respiré el frío aire de la noche, aunque fuera verano. Caminé dándole de mano hasta la zona de fiesta. Y fui a tomar yo la iniciativa metiéndome en una calleja cuando él apretó su mano y me detuvo. Me giré hacia él y me dijo:
—No por ahí.
Ladeó la cabeza, señalándome una de las discotecas más pijas de la ciudad.
—No. Venga, ahí están todos los que no tienen ni un duro y pretenden ser alguien.
—Pues ahora verán a dos que sí que lo tienen.
—Jajaja. Si al menos eso fuera cierto…
—Lo ganarás. Vales oro. En potencia eres rica.
—En potencia también estoy muerta.
—Pfff. —puso morros como un pato que me provocaron una carcajada. Otra vez esa sonrisa encantadora que se anclaba en el corazón. No pude negarme ante esos ojos y su semblante.
Lo así del brazo y me dejé llevar por él. Tan pronto le reconocieron nos dejaron entrar sin necesidad de hacer cola. Y, pagando la entrada, fuimos a la zona VIP. Era una especie de palco con sillones y bebidas caras que estaba a dos pisos de la acción, donde el resto de mundanos se reunía para bailar al lado de gogos músicas estrepitosas. Pero en el palco sonaba mucho menos, a pesar de estar al lado. Otra pareja joven estaba allí también. Nos saludamos con ellos. Éramos desconocidos los unos para los otros.
—Hola, ¿qué hay? —preguntó él, calvo rapado, cara alargada, sobresaliendo su nariz, y presumiendo de músculos al llevar camiseta de manga corta. La chica parecía extranjera, de tez morena y acento exótico.
—Ye. —dijo Eric, robándome una risa. ¿Qué saludo era aquél?
—¿Venís mucho?
—Yo alguna vez he estado, ella la primera.
—Guay. ¿Habéis probado esto? —nos enseñó un papel con droga dentro. Para no reconocer yo lo que era… tela. Era como polvo blanco que parecía estar machacado y esparcido caóticamente. No, cocaína no. O quizá él creía que era cocaína. La habrían “cortado”. Eso es cuando mezclas varios medicamentos con la cocaína para así tener más gramos y ganar más pasta, restándole pureza.
—Sí, ya vamos bien servidos. —dijo Eric para quitárselo de encima.
—¿Seguro? Mira que ésta te sube enseguida. Te hace querer ¡¡VOLAAAAR!! —gritó de repente, riendo, siguiéndole la corriente su pareja y nosotros por cortesía.
—Lo que nosotros tomamos tarda en hacer efecto. Pero cuando lo hace puedes fliparlo.
—Hostias. Dime qué es, entonces.
—Jajaja. ¿Por qué decírtelo si puedo invitarte?
—¡ESO DIGO YO! —gritó aún más alto saltando como un mono emocionado.
—Perfecto. Espera un momento. —se fue al baño. Fruncí el entrecejo. ¿Qué demonios? ¿Eric se drogaba? Empezaba a asustarme. Me arrepentí momentáneamente de haber decidido salir con él. Incluso de haberme acostado con él. Bueno, no tanto, que estaba muy bueno. Pero…
Ahí volvió, con unos gramos en la mano. Los dejó en la mesa y los trazó, dejando a aquel drogadicto que probase la raya.
—¡¡¡HOSTIAS, CÓMO PEGA!!! —dijo gritando casi más alto que la música. Mientras se emocionaba, aplaudía y reía Eric se acercó a mi oído y me dijo:
—Le he dado una aspirina machacada. Todo lo que siente es placebo.
—Lo supuse al ver lo que tenía. —le contesté.
—Sí, cocaína de la mala.
Nos miramos y empezamos a reírnos como descosidos de aquel hombre que bailaba ridículamente mientras su pareja florero le aplaudía. Aquella pobre mujer tenía cara de querer irse cuanto antes y olvidar que estaba con ese proyecto de hombre. Nos reímos más y después bailamos al son de la música. Al poco se fueron y nos quedamos solos en la sala de la discoteca. Me mordí los labios. Él se sentó en el sillón a mi lado y colocó su brazo en mi espalda, acomodándome yo en él. Me susurró unas palabras que no recuerdo con el tono de voz más bajo que pudo alcanzar. Sus palabras me provocaban escalofríos y excitación. Su cálido aliento acariciaba mi oreja al tiempo que su mano acariciaba con sensualidad mi piel hasta llegar al clítoris. Dejé escapar un gemido conforme lo movía en círculos, humedeciéndome. Lamió mi cuello. Inconscientemente me senté sobre él, restregando mi culo en su pene, sintiendo cómo se ponía erecto, sintiendo cómo me ansiaba.
—¿No subirá nadie? —pregunté.
—Puede… —sonrió.
Acarició mis pechos mientras me retiraba la ropa. La parte de arriba quedó a la altura de mi cuello, quedando parcialmente desnuda. Masajeó mi espalda al tiempo que la lamía. Boté sobre él, estimulándolo. La música se oía de fondo. Había una pequeña ventana por la que se veía la pista. Apresó mis senos como si fuese su más preciada posesión y luego sus manos volvieron a mi clítoris. Con su mano izquierda me lo tocaba sutilmente, mientras los dedos de la derecha entraban con timidez. Mi vagina los recibió salpicando fluidos. Alcanzó el punto G, el cual presionó haciendo vibrar los dedos.
Llevé mi mano hacia atrás y saqué su polla del pantalón, masturbándosela. Quería que sintiera todo el placer que me estaba regalando. Quería que sintiera una porción del paraíso que me hacía visitar. Con mi dedo índice presioné su glande y con el resto se la agité. Empezamos a gemir con pasión, esperanzados de que la música lo ocultase. Me tiró al suelo de pronto y me echó hacia un lado el pantalón. No aguantaba más. Me la metió de lleno sin dejar que se habituase, produciéndome un ardor que impulsó a mi cadera a pegarse más a él, introduciéndomela más. Cuando sentí que la tenía entera en mí me meneé en círculos, a lo que él respondió embistiéndome, pegándose mis tetas contra el suelo duro y frío. Intenté incorporarme, pero de nuevo me doblegó con sus embestidas, cada vez más rápidas, cada vez más ardientes.
Me agarró de los hombros y tiró de mí hacia sí, clavando sus dientes en mi cuello, succionándolo después. Me rodeó con sus brazos al tiempo que me penetraba. Me estuvo abrazando mientras yo dejaba los ojos en blanco y que el orgasmo me llegase. Poco a poco fui corriéndome, sintiendo su cuerpo pegado al mío, protegiéndome. Sentí su aliento rebotando en mi piel cada vez que gemía. Sentí su calidez amparándome. Sentí sus brazos tensándose, conteniendo su orgasmo esperando que le mío llegase. Y yo misma me lo impedí. Lo mantuve cuando estuvo asomando, dejando que incrementase la intensidad él solo, aguantándolo hasta que explotase por sí solo. Y así sucedió. Empecé a correrme a intervalos que iban de una intensidad suprema a un relajación idílica, subiendo y bajando hasta que el orgasmo llegó a la máxima intensidad que pude soportar, gritando, clavándole mis dedos en su piel. Él ya no podía más. Tan pronto vio que me relajé se apartó de mí y se masturbó, corriéndose sobre las partes desnudas de mi piel.
Se tiró hacia atrás, relajándose en el sillón, mientras yo me limpiaba con un pañuelo y lo dejaba metido entre los cojines donde estuvo sentado el flipado de antes. Me senté con él y nos miramos, respirando entrecortadamente, con miradas entre incómodas y cómplices. Me apoyé en él, que me dio un abrazo que parecía significar algo más que unos amigos con derecho a roce. Pensé que sería producto del orgasmo. ¿O no…?
Salimos de allí tambaleando. Me llevaba hasta mi casa, pero dije que no era necesario. Entonces me llevó a la suya:
—Duerme conmigo.
—Pero…
—No valen las excusas. —me sonreía como nadie me sonrió nunca. Con felicidad y… ¿Y…? ¿Am…? Naaaa.
—Venga, vamos. —le dije sonriendo y dando saltitos como una estúpida.
Era de noche. La luna nos miraba desde el cielo. Las calles estaban desiertas. Cuando algo acaba, empieza otra etapa. Así fui curando mi trauma de abandono de estudios. Así pude dormir bien y relajada. Si bien no tuvimos el sexo duro que esperé, lo cierto es que no llegué a necesitarlo. Estar junto a él empezaba… empezaba a ser todo lo que necesitaba…