Flotaba sobre el océano. No sabía qué había en la profundidad. Una corriente me absorbió, atrayéndome hacia el fondo del abismo. Yo intenté escapar, deshacerme de aquel tentáculo invisible que había enroscado todo mi cuerpo. Fue totalmente en vano. Me impregné de cada partícula de oscuridad que me rodeaba. Me… sentí sucia, vil, repugnada. Yo… Yo quería ser una mujer. Yo quería estar nadando sobre el mar, y no consumiéndome en el fondo. Yo quería ser feliz de una vez por todas. Lo único que logré fue un dolor de cabeza tremendo al despertarme a las cinco de la mañana, despertada por el ruido de la lluvia. Era ligero, apenas perceptible, pero mi oído estaba demasiado sensible aquella noche. ¿Por qué? ¿Estaba, inconscientemente, en estado de alerta deseando escuchar a lo lejos la guitarra de Onai? No le di muchas vueltas. Me levanté medio zombi. Me puse la bata y fui hasta la cocina, donde piqué lo primero que encontré y me tomé una aspirina. Luego me tumbé sobre el sofá.

—Ésta es la mía… —dije en voz alta. Debía ir y llamar a la puerta de Javi, a despertarlos en mitad de la noche. Sí, joderles bien. Pero… no… ¿Qué culpa tenían los padres? Además, él se vengaría poniendo la música más alta. —Oh, paz, ¡silencio! Encantadores. Simplemente… —la lluvia iba relajándome más y más. Me levanté. ¡Qué ganas de quedarme dormida! ¡Pero a la vez qué ansias por estar despierta y realizar las cosas que no podía hacer por la mañana! Si salía tanto era para no aguantar a los vecinos. Quería marcharme, olvidarme de los problemas del extrarradio. Matar a Javi era una opción tentadora. Llorarle un poco a Eric y que lo matase. Pero entonces cayó un rayo que iluminó pobremente el cuarto. Su luz entró por las rendijas de la persiana. Me quedé paralizada, recordando aquellas palabras de amor, aquellas escapadas a sitios de ensueño. Aquellas promesas, aquellas ilusiones olvidadas entre Eric y yo. ¿Cómo…? ¿Cómo era posible que le hubiera perdido? ¿Cómo era posible que ya no estuviéramos y nunca fuéramos a estar juntos?

Sí, a pesar del compromiso.

Me eché bocarriba, aún con dolor de cabeza, pensando en aquellos momentos que nunca volverán. Miré hacia la persiana, la cual recibía los fuertes impactos de la lluvia. Ojalá hubiera sabido manejar mejor la situación. Ojalá hubiera tenido las ideas claras desde el principio. Pero debía ser fuerte. Debía tomar una decisión. Agarré el móvil y envié dos mensajes. Uno a Onai, y otro a Eric. El primero decía así:

“Lo siento. Te mentí. Sí que me volví a acostar con él. Soy una niña que no tiene las ideas claras. Perdóname”.

Y el segundo así:

“Lo siento, pero no quiero volver. Te quiero, y siempre te querré, pero he sido mala contigo”-me detuve un instante. No supe qué me pasó. Me inmovilicé. Hacía falta mucho valor para tomar el siguiente paso. El corazón se me aceleraba cada vez más y más. Se lo podía incluso oír de lo enrabietado que golpeaba mi pecho. Y entonces lo escribí, sin pensarlo dos veces, sin dudar más. “Te he sido infiel, y no puedo perdonarme a mí misma por ello. Lamento haberte ilusionado. Es más fácil para mí un mensaje que dar la cara. Es patético, lo sé, pero yo también lo soy. Pasé buenísimos momentos contigo que siempre llevaré en el alma. Pero yo no soy una mujer que te conviene, y tú eres demasiado hombre para mí. Lo siento. Hasta siempre…”.

Por fin. Por fin pude hacerlo. Ahora sólo tenía que darle al botón de “Enviar”. Pero mi pulgar temblaba enfrente de tal botón. Mi cuerpo entero sudaba. Yo… no podía. Yo…

—Ale. —dijo mi hermana pulsando a “Enviar” por mí. —A ver si así dejas de temblar y puedo dormir.

—La madre que te… —dije, girándose ella e intentando conciliar el sueño. Pero entonces me quedé meditativa y acabé diciéndole: —Gracias. Debería haberlo hecho yo. Tenía yo que haber sido la valiente. Tenía que haber sido yo quien diera el paso. Pero necesitaba ese pequeño empujón.

—Sí, sí… Buenas noches.

—Buenas noches… —le di un beso en la mejilla cuando el móvil vibró. Un mensaje de Eric. Dios, ¿a estas horas? Mierda, es verdad. Él estaba en Estados Unidos. Allí eran siete horas menos, o por ahí… Joder.

“No te preocupes. Todo tiene solución. Cuando vuelva lo hablamos y todo se arreglará, ¿vale? No estoy enfadado contigo, promesa. Y quizá tampoco quieres arreglarlo. Sólo te digo que no te guardo rencor. Vuelvo en una semana. Ya me dirás si quieres quedar, y si no… hasta siempre, mi vida”.

Mi corazón se rompió. Sentí una especie de torrente saliendo de él. Sí, como si me estuviera desangrando por dentro. Tosí un poco y apagué la pantalla del móvil cuando volvió a vibrar. Un mensaje de Onai. No quería ni verlo, aunque a la vez estaba deseosa por hacerlo. Y, bueno, soy mujer. ¿Cómo evitar la tentación?

“Sólo quería sinceridad. Tus ojos me dijeron que estabas arrepentida. De los errores se aprende. Sé que aprenderás a quererme y serme fiel. Yo tampoco he sido un santo. Rompiste una promesa, y me duele, pero sé que no lo repetirás. ¿O sí?”

“No, nunca…”

“Ahora, que por fin has sido valiente, te creo. Antes no confiaba en ti. Quizá fue por eso. Mañana quedamos y hablamos, ¿te parece?”

“…” me quedé atontada mirando el móvil. “Sí…”

Silencio. Los dos en línea y ninguno escribía nada. Rompí el hielo:

“Te ha ayudado el Autocorrector, ¿eh?”

“Tanto se nota?”

“Sí”

Onai está escribiendo…

Onai está escribiendo…

—Venga ya…

—Ssshh…

—Sorry.

Onai está escribiendo…

“jaja”

—…

Tanto pa escribir un puto “jaja”. Joder. Reí. Siempre me lo hacía. Quizá es que se reía al mismo tiempo que lo escribía y no atinaba a darle a la jota y a la a. Reí un poquito más y pensé que por fin había sido sincera. Por fin podía estar en paz conmigo misma. Y pensé que me iban a recriminar, a llamarme puta, a insultarme y repudiarme. Pero no fue así. Los dos lo aceptaron. Y eso me dio dos moralejas. Una, que ser sincera sienta mejor que mentir. Y, otra, que los dos estaban tan enamorados de mí que eran tan tontos como para perdonar una infidelidad. Y yo no podía permitir eso. Porque yo también estaba enamorada de los dos.

 

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