Descargas:

ePub          PDF – PC

Capítulo 7.1 – Reencuentro

 

Malditas distracciones. Siempre he sido fácil de distraer. Mi mente se distrae con cualquier chorraduca. No puedo mantener la concentración. Nunca he sido capaz de hacerlo. De niño no sabían si yo era un genio o un idiota. Ni una ni la otra. Simple y llanamente nada me interesaba lo suficiente como para que captase mi atención, y eso desarrolló mi habilidad para distraerme con lo que fuera. Me costaba mucho dormirme, debido a la de vueltas que le daba a las cosas. Me costaba ir a cagar, porque pensaba tanto que no me concentraba y me estreñía. Incluso a veces haciendo el amor empezaba a pensar en mis cosas y se me bajaba el asunto. Pero entonces necesitaba concentrarme. Vamos, un poco más, M, en un par de horas te revelarán el turno. Pero es que… Joder. Había ido a ver algo a través de mis prismáticos pero esperarlo y aguantarlo me parecía tormentoso. No podía. Nunca había sido un buen guardián. No sé velar, no sé vigilar, no sé. Simplemente no sé. De hecho mi objetivo se puso delante de mí y estuve cinco minutos mirándolo sin darme cuenta de que por fin había llegado. Estaba tan sumamente distraído que maldije a todos mis ancestros en cuanto me di cuenta de lo estúpido que era. Cargué la pistola y fui a por él. Aquel aparcamiento era perfecto para sus víctimas. Quedaba con ellas allí y se las cepillaba. Sí. Era un hombre lobo. Se habían cometido asesinatos en las inmediaciones característicos de ataques animales. Pero nosotros sabíamos que no era un animal. No avisé a mis compañeros, que dormían debido a las altas horas de la noche. Simplemente fui a por él con arma en mano y lo encañoné mientras me acercaba. Iba a atacar a una joven. Iba a… Sí, a cepillársela, pero no a matarla, no, sino a ponerla a cuatro mientras aullaba. Madre mía Dios santísimo. Me olió y se quedó mirándome, con los ojos desorbitados de haberlo pillado in fraganti. Le apunté con el arma y elevó las manos.

– No dispares, por favor, no dispares. – dijo en inglés.

– Mierda, puta primavera. – dijo la chica.

– ¿Eh? – pregunté yo.

– Nos tapona la nariz  y no podemos oleros. Estás aquí por los asesinatos, ¿sí? – fue diciendo mientras se vestía. Más bien mientras se subía el pantalón.

– Sí… – la escena me desencajó.

– Hay un ser cazándonos. Sabes… La mitad de los muertos eran hombres lobo. Eran de nuestra tribu.

Podría ser cierto lo que decía. No habíamos inspeccionado los cadáveres. Estábamos siendo buscados por la policía, no podíamos entretenernos mucho en Bélgica, sino que teníamos que llegar a Alemania en cuanto antes y encontrar lo que andábamos buscando. Pero, aunque parte de mi alma estuviera teñida por el mal, mis ansias de ayudar me superaban. Eso… o quizá mis ansias por querer resolverlo todo, porque muchas veces ni me planteaba si lo que hacía estaba bien o estaría mal.

– ¿Cómo puedo fiarme de vosotros? ¿Cómo sé que no me tenderéis una trampa?

– Porque me has visto el coño y a él la polla. Dime, ¿qué mayor confianza que eso?

Reí. Era una mujer característica. Cogí el teléfono y llamé a mis amigos. No nos quitamos los ojos de encima. En cualquier momento se me podrían abalanzar y descuartizar. Mis colegas vinieron, asombrados por lo que pasaba.

– ¿Por qué no llamaste antes? – preguntó Akira.

Me encogí de hombros.

– Vaya, no esperaba a tantos. – dijo la chica.

– ¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? – preguntó mi compañero con su inglés de pueblo.

– Hombres lobo, follar. No sé qué pista seguisteis para dar con nosotros pero no somos los culpables.

– Ando más perdida… – dijo Cristina por lo bajo. No sabía nada de inglés.

– Los pillé chingando. – le dije yo a mi reciente… pareja.

– ¿Le viste las tetas?

– No. Lo de abajo sí.

Se encendió en celos. Me sentí honrado a la vez que mal. La mujer lobo llevaba el pelo castaño en coleta. Era alta, con cara desafiante, y cuerpo delgado, demasiado para mi gusto. El otro parecía un hippie mal afeitado.

Me rasqué una oreja y dije:

– Si os acompañamos para ayudaros nos exponemos a estar rodeados de una manada de lobos que nos podría descuartizar en un abrir y cerrar de ojos. No podemos arriesgarnos así como así, y menos tras lo vivido recientemente.

La mujer se sacó una daga de la chaqueta y se rajó la mano, derramando su sangre y jurando sobre ella y su linaje que no nos haría daño ni ella ni nadie bajo su mandato. Sí, estábamos sin duda ante un «macho» alfa. Una hembra alfa. La líder de una manada. Acepté su juramento. Los hombres lobo solían ser hombres de honor. Los acompañé reticente. Les dije a mis compañeros que no debían cargar con la confianza que yo decidía depositar en los hombres lobo. Aun así me acompañaron. Confiaron en mí. Bueno, eso creí yo, hasta que Akira dijo:

– Nos estamos dando todo el rule hasta Alemania como para que ahora vayas tú a perder el amuleto.

– Ah… Bien… Supongo. – dije, medio sonriendo, medio consternado.

Nos adentramos en los bosques. Los humanos van a tener relaciones al bosque y los lobos a la civilización. Curioso dato. Llegamos en cuestión de quince incómodos minutos en los que nadie habló y en los que nos mantuvimos en guardia. Al llegar, cómo no, nos vimos rodeados por ellos. «Me llevaré a unos cuantos conmigo», pensé por si me atacaban. Por fortuna no fue así. Sus miradas sobre el medallón me revelaban su verdadero rostro: el de lobos feroces. La chica les habló en francés y se apaciguaron. Le pregunté al cura qué les había dicho:

– «No os preocupéis, son amigos».

– Disculpad que estén alterados, no solemos recibir visitas de extraños. – dijo la mujer. – Yo soy Lili, jefe de nuestra tribu, los Lanza Rotas. 

– Yo soy M. Él es Akira, Chorro, y Cris.

Mi niña le lanzó una mirada fulminante. Sólo la había visto follando con otro, ¿por qué demonios iba a interesarme yo por ella?

– Necesitamos vuestra ayuda. Nos está persiguiendo un ser.

– ¿Quién es?

– Venid…

Fuimos con ella hasta su tienda de campaña, donde nos sentamos sobre la fría hierba. Mi gabardina empapada. A ver cuánto me iba a durar…

– Creemos que es un espíritu con el que nos maldijo otra tribu.

– ¿Qué tribu?

– Una con la que chocamos hace poco. Tuvimos nuestras diferencias, y una «bruja» – pronunció mientras hacia el símbolo de las comillas con sus dedos. – nos echó el hechizo. Nunca había creído en esas cosas, hasta las muertes recientes.

– Ese tipo de maldiciones no suele existir, seguramente fuera una fanfarrona, como casi todas. – dije yo, enfadado. – Lo más probable es que sea algo físico.

– ¿Qué, entonces?

– ¿Algún vampiro? – preguntó Cris.

– Podría ser. ¿Ha muerto alguien recientemente? – pregunté.

– Sí, Andrea… Murió dando a luz a su hijo, y su hijo con él. Su marido se suicidó después.

– Las muertes que hubo, ¿tienen conexión con ella?

– No… Bueno, Clément la asistió en el parto.

– ¿Podría ella culparle por su muerte?

– Andrea no era de ese tipo de personas. Tenía genio, pero era muy respetuosa con todos, y amaba la naturaleza y a sus amigos. No creo que lo culpe, no.

– Si murió así, podría haberse convertido en ese ser, y, aunque en la vida no lo culpase, en la muerte y habiéndose retorcido de semejante manera quizá sí. ¿Qué me dices de las otras muertes?

– Aquí todos somos amigos, pero el resto no tenía mucha conexión con ella. No sé, no hay nada que… los uniera especialmente.

– ¿Dónde fue enterrada ella?

– A unos veinte kilómetros de aquí, donde están todos de nuestra tribu enterrados.

– ¿Vamos a verla?

– Ahora no puedo… Es luna llena, y hoy no podemos controlar la transformación. Hoy tiene que ser sí o sí, y nos volvemos más salvajes.

– ¿Nos haríais daño?

– Yo no. El resto… no sabría decirte. Están todos enfadados por los asesinatos. Hemos perdido a muchos en muy poco tiempo. No pasaba algo así desde hacía generaciones.

– Lamento oír eso. ¿Nos vemos mañana?

Asintió con la cabeza.

– Espero que hoy no os ataque el ser. – le dije.

– Yo tampoco. Eh, y… gracias.

– No hay de qué. Pase lo que pase, búscanos, y si recuerdas algo más cuéntanoslo. De momento investigaremos a Andrea, pero no tiene por qué ser ella.

– Entendido. Os acompaño.

Volvimos a irnos. La gente le preguntaba que qué habíamos hablado, o algo así entendí yo. Apenas sabía un poquitito de francés. Ella no dio explicaciones y nos acompañó hasta el aparcamiento donde nos habíamos encontrado. Entonces volvió con el resto al bosque. La luna alcanzaría su clímax a no más tardar.

– ¿Qué dices? ¿Te fías de ellos? – preguntó Akira.

– ¿Me podéis aclarar lo que hablasteis? – preguntó Cris.

– ¿De verdad piensas que es un vampiro? – preguntó Chorro.

– De ella sí, de los demás no tanto. Hablamos de que murió una mujer en un parto, y, según leyendas extendidas, acaban convirtiéndose en vampiros. Y sí, podría ser un vampiro, pero no estoy muy convencido de ello. Aunque tiene sentido si sólo les ataca a ellos. Lo que pienso es que algún lobo de la tribu enemiga les esté matando poco a poco, pero no me hagáis mucho caso.

Fuimos a entrar en el motel, pero en cuanto abrimos la puerta un hombre vestido con pantalones y chaqueta de camuflaje, botas robustas, y camisa blanca nos encañonó con una M16. Levantamos las manos. En un principio no lo reconocimos, pero pasados unos segundos sí. Era el mismo soldado que nos encontramos en España poco antes de viajar en barco. Nos había seguido hasta allí, ¿con la intención de matarnos…?

 

 

©Copyright Reservado

Libre distribución sin fines lucrativos mencionando la página y el autor

Prohibida su venta

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *