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Capítulo II

 

Miedo. No quería sentirme así. Como cuando iba a clase, o como cuando vivía con Santi, o con mi padrastro. Toda mi vida había sentido miedo, y ahora lo estaba sintiendo de Aleksander, de quién eran las pisadas, de qué era lo que sucedía en la casa. Si existían los vampiros, ¿qué más existiría? ¿Los hombres lobo? Leí algo así en su diario. ¿Y los demonios? ¿Se refirió a ellos literal o metafóricamente?

El mundo real asustaba. ¿Y por qué, entre millones de personas del mundo, fui a ser yo la elegida? ¿Por qué en esta ciudad? ¿Por qué me quiso a mí? ¿Qué tenía yo que ofrecerle? ¿Humanidad perdida? ¿Inocencia? ¿Ternura?

No podía dejar de temblar. Yo era un animalito asustado en una jaula, indefenso.

¡Y mi regla! La había olido y lo había excitado. Me sentí sucia, a la vez que… ¿también excitada? Recordé lo que leí de que yo le encantaba a Aleksander. No sólo me lo decía por decir, sino que también lo escribió. Llevé mi mano a mi clítoris. Iba a acariciármelo cuando me avergoncé de la escena. Aleksander, ¿qué me habías dado? ¿La sangre también me volvía más loca por ti?

Obviamente no era la sangre, sino saber la verdad de él. Lo que me había ocultado. Era un vampiro, y eso me llamaba aún más la atención. Y… había asesinado por mí. Temblé más, deseando sus brazos para darle calor a mi cuerpo frío. También leí que era virgen. Se había estado reservando para una mujer todo este tiempo. Tantos años… No me explico cómo lo logró. Estoy segura de que ha estado con mujeres más bellas que yo. ¿Cómo se ha contenido tanto? ¿Tendría algún problema sexual? No, le abultaba un buen…

Me sonrojé, pensando en esas cosas. No, fijo que no tenía ningún problema, sólo quería ser aceptado. ¿Mi corazón lo aceptaba? Estaba lleno de dudas, y de miedos, e incertidumbres. Sobre todo por la intriga de saber de quién fueron esos pasos. No quería sufrir más. No me lo merecía. Ya había tenido suficiente. Y la verdad es que…

me había librado de todo mi pasado…

Para bien, y para mal, Aleksander borró mi pasado. Sólo quedaba mi abuela, pero… nunca me hizo nada malo del todo, aunque a veces sí que le deseé la muerte. Y Silvia. Pero el resto… adiós. Me había librado del bullying, quizás del vídeo también. De mi ex, de mi padrastro y mi madre. De mi perrita…

Lo habría aceptado al momento si no hubiera asesinado a mi princesa. Sé que fue sin querer, pero ¿quién me decía que no me fuera a hacer daño a mí si algún día también se volviera loco?

Ya me había apretado el cuello para que me durmiera. Según él, me habría hecho más daño si lo hubiera visto como una bestia. Pero si de verdad me amaba, ¿no pudo contener esa bestia?

No, ahí estaba el asunto. Me amaba tanto que, por ello, el odio de su bestia era mayor. Quien ama lleva odio en su interior para proteger lo que ama. Debería haber visto a Sasha como parte de mi felicidad, y haberla relacionado conmigo, pero, en su lugar, sólo la vio como un obstáculo. Es normal, él nunca pudo llegar a cogerle cariño. Aun así, lo había intentado. Lo dijo, dijo de traerla a esta casa, y de que ella se acostumbrase a él. Se interesó por hacerla parte de la familia.

Aunque fue su bestia quien la mató. La misma bestia que me había protegido. ¿Era aceptarlo a él, o a su instinto asesino? No, no eran distintos, él lo había dicho al final de su diario. Era… oscuridad. Creía que él era la luz. ¿Estaría equivocada de nuevo? ¿Me haría ilusiones para al final defraudarme?

Sin embargo si él me prometía lo eterno, me lo daría. En el fondo lo amaba, a pesar de todo. Y quería aceptarlo, pero necesitaba un tiempo a solas. A solas en su casa, irónicamente.

Cayó la noche, más fría que las otras. Yo seguía sola, sin moverme, estando horas y horas aburrida, con miedo e incertidumbre, hasta que se volvieron a oír pasos por la escaleras, aunque distintos a como lo fueron por la mañana. ¿Otro tipo de calzado, u otro tipo de persona? No, no era una persona, era un vampiro. Era mi Aleksander, que entró por la puerta, me sonrió, me derritió el corazón haciéndome olvidar por unos segundos todo lo que había leído, y entró con una manzanilla en la mano. Se sentó a mi lado tras darme la manzanilla. La bebí, mirándolo, dándole las gracias. Me sentó de maravilla. Entonces seguí mirándolo a los ojos. Me atraía mucho. Él deslizó su mano por debajo de la cama hasta mi espalda, y con su otra mano hasta mis pies, y sin esperarme lo que iba a hacer me alzó y me llevó escaleras abajo hasta su cuarto subterráneo. Me tumbó encima de la cama, se sentó en el suelo, cogió un mando de la consola e inició una partida de un videojuego.

– Tu cuarto es muy soso. Es bonito, pero no tiene nada entretenido. Tengo que ponerle televisión, y esas cosas. – me dijo, como si todo lo sucedido nunca hubiera pasado. – También puedes probarte el resto de trajes, a ver qué tal te sientan. Es divertido probarse ropa. ¿Te gustan los videojuegos?

Asentí con la cabeza, aún temerosa de él.

– ¿Quieres echar una partida?

Negué rotundamente. Yo era malísima, y más aún con las defensas bajas, lo que quería decir reflejos patéticos. Se hizo una partida perfecta en un juego de asesinar a los enemigos con pistolas. Ni un disparo recibió. Y el nivel no parecía nada fácil.

– Soy bueno en esto, paso muchas horas. – decía. – En el futuro seguramente inventarán algo en lo que te puedes meter dentro del videojuego y ser el protagonista. Pero falta mucho, fijo.

«Lo vivirás, lo sé. Vivirás muchísimas cosas más. ¿Las viviré yo contigo?», pensé.

– ¿Quieres ver alguna película? – propuso. Me encogí de hombros. No quería nada, tenía miedo. No, sí que había algo que quería. Sus brazos arropándome. Al igual que era el causante de mi sufrimiento y mi inquietud, también podía ser quien me salvase y lo hiciera todo menos doloroso.

Tenía demasiado que asimilar. Mi mente no estaba para películas, ni para comprender tramas nuevas, ni seguirlas, ni esforzarse por pensar. Puso una de risas. Al principio nada me hacía sonreír, y eso que yo soy de risa fácil, pero pasados unos minutos comencé a reír. Aleksander se alegró al verme así. Tras media hora se introdujo en la cama y me abrazó. Reímos, y reímos, y cuando la película acabó nos quedamos mirándonos, en silencio, con una grata sonrisa. Lo amaba, por mucho que lo temiera o quisiera negarlo.

– Toma, ¿sigues queriéndolo mantener? – me ofreció el móvil.

– Sí, pero cambiaré el número para que nadie lo tenga.

Lo enchufé para recargarlo y lo encendí. Quince llamadas perdidas de Silvia, y tres mensajes. Que dónde andaba metida, y que qué tal con Aleksander. Pues muy bien, zorra, a ti qué te importa.

No, mentira, tenemos un bajón. Es un vampiro que ha asesinado a todos aquéllos que conocíamos y que quiere perder la virginidad conmigo tras cuatro siglos de existencia. Un escalofrío me recorrió, humedeciéndome. Exhalé un suspiro. Me di cuenta de que tenía otro mensaje más. Decía: «ya no vienen los payasos a clase, ¿lo habrán dejado?». No, están muertos, y sé que tengo que dar una respuesta a Aleksander dentro de poco porque tendremos que irnos. Mi cuarto nunca recibiría esa reforma que él anhelaba. No, iríamos a otro país, a vivir la vida, y quizá me convertía en vampiresa, y pasaríamos el resto de la eternidad amándonos.

De repente se escuchó un ruido de fondo. Pensé que era de la televisión, pero se me asemejó a un aullido. Algo nos acechaba, sin duda. Aleksander se dio cuenta de mis nervios, y entonces me dijo:

– Creo que hay un lobo por el bosque. Lo habrá atraído algún olor… – dijo olor refiriéndose a la sangre, y él sabía que yo lo sabía, y él sabía que yo sabía que él lo sabía, pero me estaba dando mi tiempo para darle una respuesta. Respiré, entre tranquila y nerviosa. ¿Y si era un hombre lobo? Porque sabía que si era un simple lobo, Aleksander podría protegerme con facilidad. Pero… ¿un hombre lobo? No sabía cómo eran, ni qué poderes tenían, ni si eran más o menos fuertes que mi amado…

Apoyé mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojitos. Tenía sueño. Sólo quería dormir. Pero, ¿cómo hacerlo, cuando al bajar los párpados todo lo que veía era sangre y cuerpos desmembrados?

– Quiero verle. – dije. Suspiré, y suspiró. Me abrazó con más fuerza, sin responderme. Pero yo insistí: – Quiero verle.

Tragó saliva. Se acercó a mi oído derecho y me dijo:

– ¿Por qué?

Me encogí de hombros.

– Sólo sé que necesito verle. – y su mirada se congeló. Sabía perfectamente que no me refería al lobo. Se levantó, cogió una chaqueta, y esperó a que yo me vistiera. Entonces me dio un abrigo bien reforzado, de piel gruesa, y salimos en su búsqueda.

Montamos en su moto y llegamos hasta la ciudad. No quise ver ni a mi abuela ni a Silvia. Anduvimos hasta su casa, y entonces me cogió en brazos, se subió a unos árboles, y me cedió unos prismáticos. La persiana estaba subida, y Santi dentro. Sus ojos y su boca ya estaban descosidos, aunque con puntos. El resto de su cuerpo dentro de las sábanas, pero era obvio que carecía de brazos y piernas. Así que… era verdad…

Vomité, después de ver su imagen. Aleksander dijo:

– Su familia ni tiene curiosidad por saber lo que le pasó. Lo único que saben hacer es malgastar el dinero que están recibiendo. Tarde o temprano la policía se interesará por ello. Espero que sepan ocultarlo y mentir bien.

– ¿Cuánto tiempo estarán recibiendo el dinero?

– Tres años. Ah, su novia, por supuesto, lo dejó. No quiere verlo. Le da mucho asco. Sabes…, si tú te quedases así… yo estaría a tu lado siempre.

– ¿Siempre?

– Siempre.

Odié mi aliento a vómito. Mi tripa estaba revuelta, mi cabeza mareada, y mi espalda con vértigo y escalofríos.

– O le pondría fin a tu sufrimiento, me vengaría de quien te hubiera hecho eso, y luego me suicidaría.

– ¿Te suicidarías… por mí…?

– Todo eso depende.

– ¿De qué?

Me miró a los ojos. De si lo aceptaba, o no. Languidecí mi mirada. Volvimos a subirnos a la moto y condujo hasta casa. Ya no volvería a ver nunca más aquella ciudad. La estaba dejando atrás para siempre. Sólo quedaba vivir a su lado, sí, pues ya había tomado una decisión.

En casa me di una ducha, me lavé la boca, cené algo mientras él se quedó observándome, volví a lavarme la boca, y después le dije:

– Yo… – «te acepto», quise pronunciar, pero el miedo volvió a inundarme. – necesito dormir. – acabé. Asintió con la cabeza, abatido y triste. Me encerré en el cuarto, en una esquina. No quise meterme en la cama. Estaba asustada y temblorosa. Escuché otro aullido. ¿Sería él, aullando de pena?

Me asomé por la ventana. En el bosque negro, a lo lejos, pude ver el pelaje blanco de un animal. Era… ¿el lobo que aullaba? Me estremecí. Más miedo aún. Cerré la persiana y me quedé a oscuras. Encendí una pequeña luz y le saqué las mantas a la cama, tapándome con ellas en mi esquinita, donde apoyé la almohada contra la pared para no hacerme daño. Yo solita, al lado de la luz, temblando. No sabía qué hacer. Estaba conviviendo con mi salvación, a la vez que mi enemigo, y un lobo estaba afuera. ¿Saldría Aleksander a matarlo? ¿O sería tan loco de adoptarlo como mascota? Si así fuera… yo lo mataría, y estaríamos en paz.

No, no, ¿qué digo yo? ¿Cómo puedo ser tan estúpida de querer hacerle daño a un animal? La oscuridad del vampiro me rodeaba. Ya estaba dejando de ser yo para ser una psicópata macabra y retorcida. Es que no podía perdonarle lo de mi princesa. Sentía la necesidad de devolverle el daño, de hacerle sufrir como estaba sufriendo yo. Fue sin querer, pero, aun así, lo hizo, y nunca más volvería a ver a Sasha.

Necesitaba tiempo para curar esa herida. ¿Y cómo confiar en él? ¿Me sería sincero, o me ocultaría más cosas? No llevábamos ni un mes, lo supe por la luna, y había vivido a su lado más que en los últimos cinco años de mi vida.  

Dolor… desazón… malestar…

Ya hasta en mi cabeza retumbaban palabras, como él había estado describiendo a lo largo del diario la sangre, oscuridad y soledad. Lloré en silencio, para que no me escuchase, aunque sé que lo hizo. Otro aullido entró por la casa. Ese maldito lobo estaba poniéndome de los nervios.

Acaricié mi móvil. Se me ocurrió llamar a Silvia, pedirle ayuda, que se fuese ella con Aleksander, con lo puta que era fijo que lo aceptaba de inmediato y le daría morbo todo lo que hizo, y yo me iría con mi abuela a vivir mi amarga y estúpida vida.

¿Amarga y estúpida vida? Tenía al hombre más maravilloso del mundo a mi lado. Me había rescatado de todo sin pedir nada a cambio. Me amaba, y le encantaba mi cuerpo. Aceptaba mi personalidad y quería lo mejor para mí. Su oscuridad no era un hándicap, sino una ventaja. Nos había rodeado en una burbuja oscura, pero tal burbuja nos protegía, a la vez que consumía todo aquello que alguna vez quisimos. Sí, se deshizo de todo mi pasado, bueno y malo. Su maldición tenía varias brechas, pero no era una maldición del todo. Era una… evolución.

Lo amaba, no podía negarlo, y en parte me emocionaba todo lo que estaba viviendo. Ante mí se abría un sinfín de oportunidades y de posibles vivencias. Tenía miedo, pero a la vez curiosidad y emoción. Pocas mujeres en el mundo podrían vivir lo que yo. No, ninguna, sólo en mí estaba el poder de aceptarlo.

Sabía que él había amado a otras mujeres, y que habría hecho lo mismo por ellas, o peores, o mejores, cosas. Sabía que quizá él habría amado más a otras, más bellas, más inteligentes, mucho mejores que yo, o eso se encargaba de hacerme creer la parte débil de mi mente. Quizá me amaba más que a ninguna otra, no podía saberlo. Había tantas posibilidades, que decidí apagar mis pensamientos dañinos. Tenía que ver que… era yo quien tenía la oportunidad de aceptarlo. Ninguna más, sino yo. El destino, o lo que fuere, lo había conducido hasta mí, y me daba igual lo que hubiera sucedido, porque las otras mujeres ya no estaban allí, sino yo. Yo era la elegida, yo tenía el poder en esos momentos de aceptarlo y amarlo y de estar junto a él. Sí, lo creía, creía en sus palabras de amor y de excitación por mi cuerpo. Lo amaba, sí, iba a gritarlo, como había hecho aquella mañana. Y abrí mi boca, para llamarlo, y decirle que lo aceptaba. Fui a pronunciar las palabras. Absorbí el aire hasta mis pulmones para transformarlo en un sonido que mencionase su nombre. «Aleksander, ven», era todo lo que tenía que decir. Llamarlo, y el resto saldría solo. Pero… no pude. El miedo seguía atormentándome. El miedo me bloqueó, y… no pude.

 

 

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