De acuerdo a la leyenda, el primer hombre lobo del que se tiene constancia fue Licaón, rey de Arcadia, en Grecia. Respecto a la mitología griega, Licaón era un rey culto y sabio, así como una persona muy religiosa que había logrado sacar a su pueblo de las condiciones salvajes en las que vivían originariamente. Sin embargo, parece que él mismo siguió siendo un salvaje, pues a pesar de todo continuó sacrificando seres humanos en honor a Zeus, e incluso se dijo que asesinaba a todo forastero que llegara a su reino pidiendo hospitalidad.

Al enterarse, el dios Zeus quiso comprobar los rumores y se disfrazó de vagabundo para hacer una visita a Licaón. Éste, de inmediato, pensó en matar a su visitante, pero se enteró a tiempo de que se trataba de Zeus y lo invitó a participar en un ostentoso banquete. Todo parecía ir bien hasta que a Licaón se le ocurrió la idea de hacerle una broma al dios del trueno: ordenó que le sirvieran la carne de un niño (se supone que se trataba de un hijo suyo).
Zeus se percató y, furioso, condenó a Licaón a convertirse en lobo, así como que todos sus descendientes fueran también hombres lobo.

Hoy en día se le conoce como Licaón al perro salvaje africano, un pariente de los lobos.

La historia de Licaón es una de las primeras en torno a la leyenda del hombre lobo.
A partir de ese momento, los hombres lobo parecen haberse multiplicado. En la Edad Media, los cuentos de hombres que se transformaban en lobo eran muy comunes y la gente creía tanto en ellos que no se atrevía a salir de noche al bosque. Hay que tener en cuenta que en aquella época los lobos eran depredadores extendidos que atacaban a las personas. Poco a poco, los lobos iban siendo cazados para evitar estos problemas, pero el miedo a los hombres lobo siguió arraigado.
De acuerdo a ciertas creencias armenias, hay mujeres que debido a pecados mortales son condenadas a pasar siete años siendo lobos. Un espíritu maligno llega a tales mujeres y les da la piel de un lobo, ordenándoles que se la pongan. En cuanto lo hacen, aparecen marcas de un lobo en su mano derecha. De esta forma, su conciencia es poseída por el salvajismo, entrando en frenesí devorando a sus propios hijos, devorando después a los hijos más cercanos genealógicamente. Una vez realizado este acto, acaba atacando a los niños ajenos a su familia. Entonces, solamente vaga de noche, abriéndose las cerraduras y puertas a su paso. Cuando llega la mañana, recupera su forma humana y se quita la piel de lobo. En estos casos la transformación era involuntaria. Pero junto a esta creencia sobre metamorfosis involuntaria, se encuentran las creencias de que los seres humanos pueden transformarse en animales a voluntad y después volver a su forma original.

Particularmente, Francia se vio infestada por hombres lobo durante el siglo XVI, celebrándose numerosos juicios.

Incluso aún cuando esta fiebre de licantropía (tanto por parte de acusadores como sospechosos) llegó a su cenit, se decidió en el caso de Jean Grenier en 1603, en Burdeos, que la licantropía no era más que una ilusión enfermiza.

Las mujeres-lobo (Lubinso Lupins) eran consideradas en Francia como hembras tímidas e inofensivas, en contraste con los temidos y fieros Loup-Garou.

De acuerdo con los obispos Olaus, Magnus y Majolus, en las provincias de Prusia, Livonia y Lituania, los hombres lobo del siglo XVI eran más destructivos que los «auténticos lobos».

A principios del siglo XVII en Inglaterra, las personas acusadas de brujería eran aún perseguidas celosamente por James I de Inglaterra. Para aquel entonces, el lobo ya se hallaba extinguido desde hacía tiempo, por lo que el rey estaba libre de acusar a los were wolves (hombres lobo) como víctimas de una ilusión inducidas por una melancolía natural. Sólo eran fruto de sospecha las criaturas pequeñas tales como los gato, las liebres y las comadrejas en el caso de que algún brujo quisiera transformarse.

Los hombres lobo de las historias cristianas no eran todos considerados como herejes o malvados. Según Baronius, historiador y cardenal italiano, en el año 617, se presentó un grupo de lobos en un monasterio y destrozaron a varios frailes que tenían ideas herejes. Por otro lado, se cree que unos lobos fueron mandados por Dios para despedazar a unos ladrones del ejército de Francesco María, duque de Urbino, el cual había llegado para despojar el tesoro de la Santa Casa de Loreto. Por otro lado, un lobo vigiló y defendió a San Edmundo Mártir, rey de Inglaterra ante unas bestias salvajes. San Odo, Abad de Cluny, asaltado por una manada de zorros, fue liberado y escoltado por un lobo.

La mayor parte de los hombres lobo eran personas inocentes y fervientes creyentes de Dios, los cuales sufrían a causa de embrujos de otros, o simplemente habían sido destinados a un destino infeliz, y quienes en forma de lobo actuaban de manera admirable, honrando y protegiendo a sus benefactores. El Bisclaveret en el poema William y el Hombre lobo de Marie de France (c. 1200), el protagonista era un hombre lobo, así como numerosos príncipes y princesas, damas y caballeros, quienes aparecían en forma de bestias en los cuentos de hadas alemanes (también llamados Märchen). Tenemos, de ejemplo, a Blanca Nieves y la Rosa Roja, donde el oso feroz es en realidad un príncipe encantado.

De hecho, el poder de transformar a otros en bestias salvajes no solamente se le atribuía a hechiceros o brujos malvados, sino también a santos cristianos.

Omnes angeli, boni et mali, ex virtute naturali habent potestatem transmutandi corpora nostra

(Todos los Ángeles, buenos y malos, tienen el poder de transmutar nuestros cuerpos) fue la sentencia de Santo Tomás de Aquino. San Patricio transformó a Vereticus, un rey de Gales, en un lobo y San Natalio maldijo a una renombrada familia irlandesa a que cada miembro fuera condenado a ser un lobo durante siete años. En otras leyendas e historias, la voluntad divina es más directa. En Rusia, se supone que los hombres se convierten en hombres lobo al provocar la furia del diablo.

Ciertas creencias sobre el hombre lobo se basan en acontecimientos documentados. La Bestia de Gévaudan era una criatura que aterrorizó el área general de la provincia de Gévaudan, en el actual Departamento de Lozère, en las Montañas de Margeride al sur de Francia, en el lapso de 1764 a 1767. La bestia fue descrita con frecuencia como un lobo enorme, el cual atacaba al ganado y a seres humanos sin distinción. Fue abatida, según los relatos, por Jean Chastel con una bala de plata, de allí el mito de que los hombres lobo sólo pueden matarse con este artilugio.

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