—¡Shosho! —me gritó desde la otra esquina de la cafetería tan pronto entré en ella. Era en el barrio. Me pareció hiriente estar allí. Unos chavales de dieciséis años me habían piropeado, como si por sus palabras yo fuese a girarme hacia ellos, a sonreírles y a enseñarles lo que una mujer es capaz de hacer. Como si ellos fuesen capaces siquiera de manejar a una criaja. Para colmo, desde casa de Javi se oía música a todo volumen retumbando. Y eso que era desde afuera. Si hubiera estado en mi casa habría querido pegarme un tiro. O pegárselo a él. Aún tenía la llave de su casa. Lo mejor era entrar y joderle el altavoz. O no, no. Que luego se compra uno mejor.

La opción más preferible era asesinarlo y no dejar ni los restos. Hacerlo desaparecer. Apenas lo echarían en falta tres personas. El resto se acordaría un instante de él y preferiría no tener que haberlo hecho. Se le veía cara de no dejar huella. O, si la dejaba, era una sucia y putrefacta. Una que era mejor borrar. Dios, cuánto odio. Y todo por tener la música tan alta. Si lo hubiera conocido en persona podría haberlo juzgado mejor. A mi sincero parecer era un niñato inseguro y un poco retrasado. Miré hacia Jenny, que sacudía la mano saludándome. Su pelo recogido en coleta. Su boca masticando chicle. Sus ojos pintados. Su ropa rosa. No como la mía, de color negro y apagado. Odiaba que hiciera eso. Gritarme sin importar el alrededor. Ahora era la protagonista de las miradas de la gente. Caminé hasta ella. Parecía habérseme olvidado caminar, pues no sé hacia dónde apuntaba cada pie. Me senté enfrente de ella y pedí un té helado. A pesar del frío, sí. A pesar de la lluvia y del mal tiempo.

—Hola.

—No recuerdas que me iba al pueblo y ni me envías un mensaje preocupándote ni nah. —me dijo, sin tono increpador.

—Ya sabes cómo soy. Lo que pensé era que te habías ido y pasabas de hablar por haberte triscado a mi hermano.

—Es un máquina, ¿eh? Me moló mucho.

—No quiero detalles. —me sonrojé.

—Mejor. Aunque intenté llamarle y ni me lo cogió. Oye, estás mu delgá. ¿Qué te ha pasado? ¿No comes?

—Estoy deprimida. Onai se ha largado. Y Eric se distancia de mí. —me sinceré.

—¿Y esooo? ¿No estabais de puta madre juntos?

—No. Bueno, sí. Me pidió que me casase con él. Le dije que sí. Y dejé de ver a Onai. Pero entonces él se fue a celebrar la Navidad con su familia y…

—Le habrán metido mierdas. Un rico con una pobre. Pf. Serán los típicos padres que se mataron a trabajar y quieren a alguien así para su hijo.

—Eso pensé. Pero Eric tampoco es así. Es más… decidido, con más personalidad y valor.

—‘Cucha, cuando estuve en el pueblo me pasó algo asín. Me lie con uno y luego me lie con otro. Cuando volví con ese uno pasó de mí. Pos es que resulta que es un pueblo y allí uno se entera de todo, aunque intentes esconderlo. Y esta ciudad es pequeña, y uno acaba enterándose de todo.

—¿Me quieres decir que se enteró de nuestra relación?

—Pos caro. ¿Te sinceraste con él? ¿Le hablaste sobre Onai?

—Quise hacerlo, pero me fue imposible.

—Pos ya está. A ver, con la pasta que tiene ¿no crees que haiga contratado a un detective?

Me dejó rota. Me quedé pensativa. ¿Y si le habían informado sobre que había pasado la Navidad con Onai? Lo que le dolería no fue que estuviera con él, ya que le podría explicar que no pasó nada, sino que le hubiera mentido.

—Mi abuela es una borracha de mierda. —dijo. —Me han criado como han podido y querido. Ella era quien me “cuidaba” cuando mis padres no estaban en casa, currando en mierdas de empleos pa pagar una puta mierda de piso. A veces me doy asco a mí misma. Querría ser una mujer de más provecho, y aquí me ves, siendo una choni más. Me doy cuenta de las cosas. Mi referente es el de una mujer vieja tirada por el suelo. Y mis pares con sueldos apestosos por un gobierno elegío por gilipollas. Tamos peor que en África. España es el África de Europa. Me doy cuenta de to eso, aunque sea un poco kinki. Estaba el otro día en una mierda de dentista con una revista que decía que la peste en Europa se cargó a casi toda la población. Entonces al haber menos obra de mano barata, los sueldos aumentaron. Si todos dejásemos de currar, por cojones los ricos serían más pobres y viceversa. Pero nos atan con casas y con coches e hipotecas para que sea imposible ponerse de acuerdo en dejar los curros. Porque si tú no lo quieres, otro habrá que se arrastre por él. ¿Qué te parece?

Me quedé embobada escuchándola. Era más lista de lo que parecía. Era… una mujer de barrio condicionada por las mierdas que había vivido y tragado. Era una mujer de barrio intentando escapar de sí misma. Una mujer de barrio a la que habían hecho así. Y lo peor es que había aceptado su destino. Ella era lo que yo no quería convertirme. Ella era lista pero estúpida. Ella podía aspirar más pero se había resignado. Yo… Me aterraba la idea de resignarme…

—Ésas son las razones por las que aspiro a algo más. No quiero estar aquí. No quiero ver a nadie. Odio el barrio. Odio… acabar convirtiéndome en una esclava, en una mujer resignada por la vida. Odio que me hagan daño y yo permitirlo. No más, ¿entiendes? No más…

—Por eso nunca quedas con nosotros. Te recordamos a lo que quieres huir. Yo te entiendo. —me dio la mano y me miró a los ojos. —Yo tampoco quiero estar aquí. Ninguno de nosotros quiere estar aquí. Pero… lo estamos.

Aquella sentencia cayó encima de mí como una lápida. Me pesó tanto que sentí hundirme, vaciarme, sumirme en un sueño y caos profundos. ¿Iba…? ¿Iba a ser mi vida así? ¿Iba a tener que aceptarlo y “estar” ahí, como todos? Yo… La mera idea me hacía temblar. Más que el frío. Más que los pensamientos de abandono. La idea de quedarme anclada al barrio me hacía querer quitarme la vida y dejar ir a todo el dolor y sufrimiento. Pero era débil y cobarde incluso hasta para eso.

El móvil vibró. Cuando antes no le hacía ni caso ahora iba corriendo a mirar quién era. Eric me había escrito.

“Te echo de menos. ¿Te gustaría quedar?”

Y sonreí. Todavía había esperanza, por pequeña que ésta fuera. Había esperanza de salir del barrio. Miré a Jenny y le sonreí.

—Siempre fuiste mi mejor amiga. —le dije. —Lo siento por no haber estado ahí para ti.

—Yo tampoco lo estuve para ti. No te das cuenta de las cosas hasta que estás a solas pensando contigo misma.

—Totalmente cierto. —reí. Reímos. Invité yo. Todo fuera por el cheque que aún tenía por cobrar.

—¿Y Lau?

—A saber. ¿No has hablado con ella?

—No. ¿Vamos a buscarla?

Asentí, sonriendo. Y le escribí a Eric: “Tan pronto como pueda”.

 

Siguiente