—¡Aaaaah! —grité. Eric acudió a mi auxilio de inmediato. Salió casi desnudo del baño, excepto los calzoncillos. Me miró asustado y me preguntó:

—¿Qué sucede?

—Eso. ¡Eso sucede! —señalé a la pared. Un bicho asqueroso lo recorría. Puagh, joder. Con sus patitas, sus antenas, su color tan negro y un par de franjas amarillas. Dios. Me dieron mil escalofríos mirándolo, pensando en él recorriéndome la cara mientras yo dormía. Y si yo dormía con la boca abierta quizás…

—Lo siento. Tengo un chisme de éstos que evita que entren.

—¿Los que se conectan a la luz y envían ondas, o algo así?

—Eso mismo.

—¿Dónde?

—Ahí, míralo. —justo detrás de la cama estaba. Se fue al baño y volvió con papel higiénico, aplastando al insecto de forma que la sangre no se quedase estampada en la pared.

—Si lo sé te aviso un poquito más tarde. —dije refiriéndome al calzoncillo.

—Oh, ¿esto? —se lo quitó y lo lanzó al otro extremo del cuarto. —¿Así mejor?

—Muuuucho mejor.

—Je… Voy a ducharme.

Asentí con la cabeza. Yo miré a través de la ventana el mar. Estaba furioso, meciéndose las olas como si quisieran escaparse, como si el fondo las incomodase de alguna forma. La lluvia caía sobre el mar. El cielo se ocultaba tras nubarrones oscuros. Parecían estar a sólo dos palmos de distancia. El viento soplaba hacia donde quería, sin seguir rumbo fijo. Era un día oscuro y triste. Así empezaba el invierno. A cuatro días de Navidad, y yo sin un plan concreto. Lo más probable es que fuera con mi familia a aguantar a los típicos primos que nunca ves o que te caen como el culo. O ambas, vaya. Eso es lo que significa la familia, ¿no? Suspiré, resignándome. Cogí el móvil y me atreví a contestar a Onai:

“Fue bien, gracias. Es probable que se vuelva a pasar por allí en plan sorpresa.”

“K mas da si les dije k s esten kietos dos semanas o no les vendia na”

“El proveedor oficial del barrio.”

“Naaa ara estan en otro varrio xutandose xro al mnos no stan aki”

“¿Qué le ha pasado al autocorrector?”

“Lo kite xdxd Xro bueno antes funcionaba cm keria”

“Ponlo. Haces mucho daño a los ojos.”

“Me aburre escribir bien, hija de mi vida.”

“¿A que no es tan difícil?”

“Es pesado y coñazo.”

“Pero mejor para la vista.”

“Ja. Para los subnormales de bicicleta. Ea, ¿te apetece tomar algo?”

“Vaya, pensé que escribirías “haber”. Te debo un favor así que no puedo negarme.”

“No me estoy cobrando el favor, eso lo dejo para otro día. Te lo digo por amistad y por simpatía. Lo de quedar, me refiero.”

“Bueno, vale, en un par de dias. Y escribe mal o pensaré que te han robado la cuenta.”

“Ay mi payita xdxd”

En un día se iba Eric. Me insistió en acompañarlo pero me negué. Al final me veía celebrando la Navidad a solas en casa. Y la verdad es que me cautivó. Sería un día en el que o el barrio estaría tranquilo porque todos se irían fuera, o habría escándalo porque todos vendrían. Dependiendo de si serían anfitriones o comensales. Pero entonces recordé que la reunión familiar era en mi casa. Y me imaginé en casa de mi hermano. No se estaba nada mal allí, lo cierto. Viendo películas, durmiendo lo que quisiera, chateando con quien hubiese por el WhatsApp… Buah, planazo. Hacía tiempo que no estaba sola así para mí misma, a mi bola, haciendo lo que me saliera del potorro. A veces sueno muy vulgar, lo sé. Es mi vena barriobajera.

—Tengo… sueño… —le dije a la lluvia. —Siempre que te veo tengo sueño. —y pensé en César, mirando al cielo. —Dioses, ¿queréis entregarme algún mensaje? ¿Me estáis advirtiendo en mi camino? —pero no sucedió nada. Ni un rayo profético, ni un mensaje en el chat, o alguna señal. Éramos unas doscientas mil personas en la ciudad, ¿por qué los dioses tendrían que estar fijándose en una idiota como yo? Se estarían fijando más bien en algún artista bohemio recluido en casa, o algún buen hombre que hubiera perdido a un ser querido, o a la tierra en sí misma lamentando el cáncer que le suponían los seres humanos. De un modo u otro, me encantó el paisaje. Paradisíaco en verano, aterrador en invierno. Era el mayor encanto de la ciudad. No su gente cínica e hipócrita, o su soberbia cuando no tenían ni un duro. El mejor encanto eran las imágenes que desnudaban a la ciudad a aquél que quisiera verla. Entonces me llamó mi hermano. —¿Qué pacha? —le pregunté.

—Tengo un problema. Cada vez que escribo una historia, el protagonista vive al lado del mar.

—¿Y eso?

—Nací aquí, es mi hogar. La cabra siempre tira para el monte, ¿no?

—Me imagino.

—¿Qué hago?

—Haz a una mujer rubia que viva en una ciudad contaminada en el centro de un país ficticio.

—No puedo. Los protagonistas sí, cambian, pero no el paisaje. Es recurrente. Siempre es el mar el que está ahí. Siempre es… mi elemento liberador. El mar es sinónimo de libertad. El mar es inmenso y misterioso. Es algo que los humanos no pueden dominar ni explorar.

—Pero sí contaminar.

—Sí, pero el mar posee memoria, posee sentimiento propio. Es la antítesis de la tierra. Como el sol y la luna. Y como los humanos tenemos la tierra, el mar es nuestra antítesis, lo que no podemos tener. Joder, es como la sirenita. Ariel quería andar sobre la tierra porque era una princesa del mar. Quería ver lo que había fuera. Y yo quiero ver lo que hay dentro. Pero como sé que nunca podré ni lo haré, sólo puedo soñar con el mar.

—Que sí, que has crecido al lado del mar y lo tienes idealizado. ¿Echabas de menos la ciudad estando fuera?

—Muchísimo.

—He ahí tu respuesta.

—Pues sí. Gracias.

—¿Por qué? Si no hemos solucionado nada.

—Ya, sólo necesitaba hablar contigo. Ya hemos hablado, fin.

—Jajaja, sí, fin.

—Oye, a ti te molaba Lana Del Rey, ¿no?

—Ajá, ¿por?

—Estoy escuchando algo. Tiene un trauma con los chicos malos.

—Eso dice todo el mundo.

—¿Qué tienen los chicos malos?

—Que rompen las leyes que los buenos crean.

—Ja… —rio. —Enga, adeu.

—A cascarla.

Y volví a mirar hacia el cielo. ¿Era aquélla la respuesta de los dioses? Que mi destino era volver al mar, como mi hermano. Que mi destino era quedarme allí para siempre. Y que el chico malo era quien me haría vibrar…

Una respuesta que me asustó. Pero, vaya, si nos ponemos a interpretar todas las señales del mundo y de la vida acabamos viendo señales en cualquier lado. Igual la señal quería decir todo lo contrario. Que huyera del mar, que me dejase de chicos malos. No supe cómo interpretarlo, si es que había algo que interpretar. Eric salió de la ducha, húmedo y sexy.

—No te voy a mentir, hice un par de abdominales y flexiones para que se me marcasen más los músculos. —me dijo sonriendo. Le sonreí con picardía y lancé el móvil a la cama, donde lo lancé a él justo después.

 

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