—Hola. —me dijo una vez nos sentamos en uno de sus excelsos y blancos sofás. Era un “hola” un poco frío y distante. Parecía… decepcionado, o quizá nervioso, no supe deducir. Lo miré reticente. No sabía qué decirle. Sus ojos helados ahora parecían derretidos. No era ninguna de las anteriores, no. Estaba… cansado de cojones. Las reuniones lo estaban matando. —Las reuniones me están matando. —dijo leyendo mi mente. Por un momento me asustó. Empecé a pensar en “culo, culo, culo”, a ver qué hacía, pero no hubo ni un gesto de asombro, así que no, no me podía leer la mente. —No sólo físicamente, sino mi relación contigo. Quiero estar como estábamos al principio. Todo el día juntos y haciendo el amor. ¿Hace cuánto que no tenemos un momento íntimo? Digo íntimo de verdad. Una caricia, un susurro, un abrazo…

—No lo sé. —dije, consternada.

—El invierno está cerca. Una época en la que la gente se junta y se da calor. Una época para soñar y enamorarse. Y no quiero estar lejos de ti.

Yo por dentro no sabía qué decirle. Debería haberle confesado en ese momento mi aventura con Onai. Debería haberle dicho que fue un error y que me quedaría con él. Y él lo habría entendido y me habría perdonado. La vida habría sido completamente distinta si así hubiera actuado yo. Pero no, tuve que callarme, como de costumbre, porque en ese momento no era lo que sentía. En ese momento apenas sentía la chispa que una vez sentí con él. Lo veía como un extraño, como alguien alejado de mí. Si no salían palabras de mi alma no las podía forzar.

—¿Te gustaría que quedásemos el viernes? Tengo una sorpresa para ti.

No, no mucho, pero asentí con la cabeza y me encogí un poco de hombros. Él se dio cuenta de la distancia que había tomado. Me agarró de la mano y penetró en mi alma con su mirada. Como lo hizo cuando me miró sentada en el banco en la bahía. Y entonces dijo:

—No te arrepentirás, te lo prometo.

—Te tomo la palabra. —le sonreí. Nos dimos dos besos y nos despedimos hasta el viernes. Suspiré. Tendría que habérmelo tirado y haber pasado de él, como estaba haciendo con Onai. Resuelvo un conflicto y me olvido. Volví hasta casa en autobús. No había mucha gente. Apenas llovió aquel día. Se me hizo hasta raro. Dentro de casa estaba mi hermano tocando la guitarra.

—Wheel in the sky keeps on tuuurniiing… —sonreí viéndole cantar y tocar a la vez. Parecía nueva. Era acústica. Siempre me dijo que prefería la española, pero ahí estaba con la acústica y una púa, moviendo la cabeza mientras cantaba y se oía la canción en volumen bajo de fondo.

—Tienes que afinar la voz. —le dije cuando acabó.

—¡Ah! Joder, qué susto. No te había oído entrar.

—Sorpresa.

—¿Qué? ¿Qué ha pasado? A Onai te lo tiraste y a éste…

—Con éste he quedado el viernes. No sé qué demonios querrá.

—Lo que quieren todos, hija de mi vida. ¿Y qué es lo que quieren todos?

—Mi cuerpo sexy. —me contoneé. Mi hermano se quedó atontado mirándome. Por un instante se produjo otro de esos incómodos momentos en los que se nos olvidaba que éramos hermanos.

—Bueno, ¿lista para seguir enfrentándote a tus miedos?

—¿Enfrentarme a ellos o retrasarlos?

—Vengarte, más bien.

—De los estudios me vengué, más o menos. Había un profesor capullo que me estuvo jodiendo. Onai y yo invadimos su casa y se la destrozamos.

—Hala, eso no me lo habías contado.

—Tengo mis secretitos. —dije sacando la lengua.

—¡Menos secretos con tu hermano, hombre ya!

—Jajaja, vale.

—Aunque le hicieras daño al tontolaba ése lo que te mata es dejarlo todo a medias.

—Ja… Pues sí. ¿Y cómo se enfrenta uno a eso?

—No tengo ni idea. Yo también soy de dejar todo a medio acabar. Podría ser algo de lo que curarnos los dos.

—¿Qué tienes pendiente tú?

—Pues… un libro. Empecé a escribirlo y ahí está, a mitad. Me falta el final.

—¡¿Qué?! ¿Y no me habías dicho nada? ¡Tú también tienes que contarle todo a tu hermanita!

—Vaaaale, a ver. Es que no me gusta hablar de ello porque lo dejé a medias.

—¿Y de qué trata? ¿De qué trata?

—De dos hermanos que se enamoran irremediablemente el uno del otro.

—¿Eh…?

—Es coña. Te lo digo si prometes no decírselo a nadie.

—Promesa.

Y me lo dijo. La verdad es que sonaba bastante bien. ¿Tendría las dotes necesarias para escribirlo? Ganó sus concursos en el instituto de relatos, pero era distinto a escribir todo un libro.

—Déjame leer un poco, y si me gusta te animo.

—Eh… me… da vergüencilla. —dijo sonriendo pícaramente.

—¿Qué? Anda, si te he visto de todas las formas posibles.

—Pero ahí desnudo mi alma. Aunque el argumento no tenga que ver con mis sentimientos. Esos personajes… salen de mí. Son proyecciones mías. Por favor, no me presiones.

—Qué raro eres.

—¿Verdad?

—¿Entonces cómo lo hacemos?

—Pues… Yo acabo el libro y tú de estudiar.

—Ja… No. Año sabático. No puedo matricularme, así todo.

—Entonces les quemamos la biblioteca en la universidad y así no puede ninguno estudiar.

—Jajaja, qué radical eres. No, haremos otra cosa.

—¿Hm…?

 

 

Siguiente