—Hola. —le dije en el marco de la puerta. Yo estaba estrenando un abrigo que no pude estrenar el año pasado debido a lo cálido que había sido el invierno. Ahora, a mediados de otoño ya hacía un frío considerable. Era un abrigo azul oscuro con capucha que me habían regalado mis abuelas en los Reyes. En mi mano un paraguas empapado debido a la lluvia de afuera. Onai boquiabierto, sin camisa, un poco más delgado y con barba de unos cuantos días. En su boca un cigarro que cayó al suelo nada más verme. Lo pisó y lo chutó hacia el rellano.

—Hola. —me dijo.

—¿Puedo entrar? —le pregunté, tímida, sonrojada. Me hizo un gesto con la cabeza y caminé hacia dentro. Me cogió el paraguas con dulzura y lo llevó hasta el baño. Se puso una camisa encima y me señaló la cama para sentarme. Se palpaba el calor extremo. Tenía la estufa al máximo. La persiana estaba casi cerrada. Había dejado un poco para observar a la lluvia caer. En el suelo, una cachimba con el carbón recién apagado. Lo miré a los ojos. Unos ojos marchitos por mi marcha. —Lo siento. —le dije desde el corazón. —Por irme como una niña mimada y retrasada. Por irme sin hablar. Sólo sentí ira en mi corazón y…

—Es lo que siento yo cada vez que te vas con él. —me dijo, serio. —¿Creías que podría aguantarlo? Vamos, me gustas desde hace tiempo. Y me encanta poseerte con ganas. Pero luego sé que estás con otro y me pongo de mala hostia. Por eso me he liado con varias, para no pensarlo.

—O sea, que fue más de una.

—Sí. No quiero ocultarte más. Soy así, un desastre.

—¿Desastre? Al menos te sinceras. ¿Y yo? Eric no sabe que estoy contigo. Supongo que cree que le he sido fiel y leal todo este tiempo.

Se encogió de hombros. Le dolía hablar de él.

—Apenas… Apenas he estado con él. —le dije.

—Pero lo has estado.

—Ya, ¿y qué? Lo sabías cuando me tiraste al suelo del pueblo aquél. Te has encaprichado, y eso está mal. Además asegurabas no ser celoso. Lo mejor que podemos hacer es alejarnos un tiempo. Yo no quiero ninguna relación, ni contigo, ni con él.

—Vale… Vale, está bien. Pero, ¿por qué te enfadaste?

—Porque… No sé, me sentí traicionada. Fui estúpida. Eso es todo.

—Como quieras… —me dijo. Asentí con la cabeza y pasé a su lado yendo al baño a coger el paraguas, pero tan pronto le di la espalda me agarró desde atrás. —Pero no te vas a ir de aquí tan fácilmente.

—Suéltame, ya no quiero nada contigo. —le dije haciendo fuerza para deshacerme de él, pero cuanto más me resistía peor era para mí. Restregó su pene en mi trasero. Por un momento lo deseé, pero si me resistía, me resistía. No iba a dárselo. No quería parecer una facilona. Lo empujé con fuerza, chocándose contra una pared. Di un salto hacia el baño y cogí el paraguas. Pero él bloqueaba la puerta.

—No voy a hacerte nada que no quieras. —me dijo.

—Déjame pasar, entonces.

—No, porque me quieres a mí.

Se aproximó y se abalanzó sobre mí, besando mi cuello. Sus gruesos labios causaban sacudidas de placer en mi cuerpo. Quise resistirme y apartarme, pero se sentía demasiado bien. Quise zafarme y desprenderme de él, pero mis brazos rodeaban su cuerpo. Al final dejé escapar un gemido de placer que lo animó más. Cogió el paraguas y lo lanzó a otro lado, impactando contra una lámpara y tirándola al suelo. No le importó. Me cogió en brazos y me fue empotrando por la casa. Yo tenía los ojos cerrados, así que no sabía qué cosas estaba tirando y rompiendo. Me lanzó contra la cama y me retiró el pantalón, introduciendo su lengua en mi ano. Me encantaba la forma en que me lo succionaba y lamía. Me atravesó moviendo la cabeza y con su mano izquierda acarició mi clítoris. Ahí no acabó la cosa, sino que con sus dedos derechos penetró mi vagina, humedecida exageradamente, presionando en el punto G. Mi cuerpo tembló tanto que él supo interpretarlo. Si seguía, me llegaría el orgasmo, así que de inmediato cesó y me penetró con su polla. Dios, la necesitaba. La necesitaba más de lo que yo misma recordaba. Apenas fueron seis penetraciones que ya me estaba corriendo. Me tenía a cuatro sobre su cama. Me agarró del pelo y tiró de mí hacia atrás. Quería verme la cara que ponía cuando me llegaba el orgasmo. Se me contraía tanto que me daba vergüenza, pero era tal el placer que la perdí. Gemí y grité con su boca a un palmo de distancia. Acarició con su lengua mis labios mientras el orgasmo incrementaba de intensidad hasta que me quedé sin aire. Él eyaculó dentro de mí, temblando también. Sonreí porque ahora era yo quien le veía el rostro. Entonces se separó y se quedó sentado en la cama. Su erección fue bajando hasta que me puse encima de él y agarré su pene con la mano, masturbándolo.

—Más. —le dije. Sus ojos se desorbitaron y la erección llegó, sentándome yo encima de él. Nuestros órganos sexuales estaban sensibles del primer orgasmo, lo que hizo que aquella vez fuera un orgasmo constante. Se sentía tan bien que tuve que hacerlo con lentitud para no saturarnos. Poco a poco mi cadera se iba moviendo encima de él, que se aguantaba las ganas de penetrarme como una bestia. Metió sus manos por dentro de mis camisas y acarició mis pechos.

—Quiero comerlos. —me dijo con cara tierna. Le sonreí, retirándome la parte de arriba y enseñándoselos. Se los metió en la boca y los devoró con la fuerza con la que deseaba penetrarme. Sentí mis fluidos vaginales cayendo sobre su pene. Acaricié mi clítoris para ayudar al segundo orgasmo venir. Cuando vio que no pude seguir montándolo sin retorcerme me tumbó en la cama y fue él quien me penetró. Cerré los ojos y llegó el segundo. Retiró su pene y eyaculó sobre mis tetas. Lo sentí calentito, yéndose hacia los lados, pringándome la ropa y la cama. Incluso el abrigo. Y eso que era estrenado…

 

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