Fue una semana… alborotada. Me escabullía entre las sombras para verlo a escondidas y poder demostrarnos nuestro mutuo amor. Pero llegó el momento en el que tuvimos que abstenernos, porque cuanto más lejos estábamos, más queríamos el uno del otro. Nos devorábamos con intensidad y frenesí. El no poder verlo me hacía desearlo aún más. Le daba un toque más peligroso a sus ojos moros. Y, cuando nuestro encuentro sexual culminaba, yo me acurrucaba entre sus brazos, hallando una paz nunca antes ganada. Miento. Eric también me la dio en su momento. Y empecé a echarlo de menos por dos razones. Una, por la traición que le hice. Y, otra, por no haber esperado a que volviera para aclarar lo sucedido. Estaría rallándose la cabeza mientras rebatía ofertas millonarias de trabajo, pensando en alguien que no lo merecía y que estaba entregándose a otro.

De vez en cuando yo miraba su estado en WhatsApp. «Última conexión ayer a las 8:16». Un día entero sin conectarse. Después, «Hoy a las 16:47». Apenas una media hora atrás. Punzada en la tripa. Antes, siempre que lo veía o en línea o que se hubiera conectado habría tenido un par de mensajes suyos, lo más probable poéticos y de amor. Ahora no tenía nada…

A la noche lo vi en línea. Estaba ahí, conectado. Seguramente hablando con algún contacto, sin saber que yo estaba clavando mis ojos en el estado de su conexión, recordando las largas noches de insomnio intercambiando mensajes con él. O quizá él estaba igual que yo. Mirando mi conexión, esperando a que yo dijese algo para al final pensar que yo estaba conectada para hablar con otro. Me entraron ganas de escribirle, pero antes de darle al teclado y que él viera que yo le estaba escribiendo para al final arrepentirme y él quedarse con la incertidumbre de lo que le estuviera a punto de decir… me contuve. Apagué la pantalla del móvil tras ponerlo en modo avión y lo lancé a un lado de la habitación. Me levanté hasta el cuarto de mi hermana, y con siseos la medio desperté y le pregunté:

—¿Puedo quedarme a dormir aquí contigo?

Roncó. Débil, pero ronquido de todas formas. Lo interpreté como un sí y me tumbé a su lado. Y, aunque hubiera sido un no me habría echado también por todas las veces en las que yo la custodié. Pero al estar al lado del cuerpecito de mi hermana dormido me di cuenta de que lo que necesitaba era hablar con ella, y no dormir abrazándola. Ella empezó a incomodarse y entreabrió los ojos:

—¿Qué te pasa? —me preguntó.

—Nada, duerme.

—»Nada» es una mentira. Me siento incomodísima. Me lo estás pegando.

—¿Cómo te voy a pegar mi incomodidad?

—Aunque yo no me dé cuenta fijo que mi inconsciente, que está siempre en alerta, ha notado que me abrazas estando tensa, o alguna mierda así…

—Muy lista eres tú. Igual que hermano. Todos más listos que yo. Duérmete.

—Sólo atiendo en clase y relaciono lo que aprendo con la vida real. Fijo que tú también te das cuenta de las cosas, aunque te hagas la loca y suspendas todo en clases.

—Muchas gracias, oye.

—¿Por? Sólo dije una realidad.

—Hace un año no eras tan espabilada. ¿Qué fue de ti?

—Pfff… Si viniste para meterte conmigo…

—No, perdona… Es que me haces sentir inferior. Yo aspiraba a algo más y al final me quedaré sin nada.

—Mala suerte.

—Sí… Pero de qué sirve estudiar una carrera si no eres feliz…

—Oye… El pelirrojo del bar de la esquina dice que es feliz siendo camarero, y tiene una ingeniería.

—Pues bien, ¿no?

—Sí… —minuto de silencio. —¿Qué te sucede?

—Nada. Que me siento mal por jugar con dos hombres. Por eso te he dicho mil veces que cuanto más tardes en tener novio mejor.

—Me gustan todos los chicos en clase, no te preocupes.

—¿Que no qué?

—Pues que si me gustan todos es que claramente tengo un problema por sentirme querida y es sólo pasajero de mi edad.

—¿Todo eso te lo enseñan en clase?

—Pf, ojalá. Para algo está internet…

—¿Te has mast…?

—Sí, ya lo hago.

—Vaya

—Jaja, sí, vaya.

—¿Y en quién piensas?

—No te lo digo.

—Va…

—En tu novio.

—Ah… ¿Cuál de ellos?

—Jeje… Tendrás que adivinarlo tú solita.

—Mala pécora… Oye, ¿y tú cómo sabes que…?

—¿Que tienes dos novios? ¿Aparte del hecho que acabas de mencionarlo, lerda? Porque no dejas de hablar de un tal Eric pero se te suele ver con Onai. Sumamos uno más uno y acabas teniendo dos. Dos buenorros.

—Entonces a Eric no lo conoces, no puedes tocarte pensando en él.

—Uy, que no. Deberías meterte con el móvil a la ducha. O, en su defecto, ponerle una clave menos obvia que una inicial para desbloquearlo.

—“En su defecto, en su defecto, mimimimimi…” —la imité haciendo burla. —¿Qué clase de niña usa esas frases?

—Ya no soy una niña.

Lo eres. Pero te enterarás cuando pasen los años. Ahora sólo duerme…

Y dormimos. Qué placer de amanecer. No se oía tanto la música desde ese cuarto. Claro, como estaba más pegado al mío el cuarto del subnormal pues yo me jodía el doble. Quizá el barrio no era tan malo, sino mi suerte…

 

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