Se escuchaba una discoteca poligonera de fondo. Había una fiesta especial. No sé de qué. Pero, vaya, que cada vez vivir allí me sabía más pesado. Me senté sobre la cama. Mis piernas temblaron, nerviosas, con todo lo que me había sucedido y estaba por suceder. Miré hacia la pared oscura enfrente de mí. Empecé a rallarme la cabeza pensando que algo surgiría y me atraparía. Agité la cabeza, desechando las ideas nocivas que pudieran dañarme. Pero ya no recuperé la paz en toda la noche. Me metí en la cama y le di vueltas a un ser oscuro devorándome, saliendo de entre las sombras y…

—Echo en falta a Eric… —dije en voz alta. Sí. Él supo cuidarme en mis peores pesadillas. Apenas unas horas estuve con Onai y ya quería estar con el otro. No podía comprometerme con ninguno. Debía sincerarme de una vez por todas. Había tomado una decisión que no supe mantener. Me llevé las manos a la cara cuando me sentí expuesta al monstruo. Entonces volví a acurrucarme debajo de las mantas. Como si aquello fuera a evitar que el monstruo me comiera. Como si aquello fuera a expulsarlo. Como si aquello me fuera a cuidar de ello.

Mi hermanita apareció por la puerta, asustándome. Por un momento pensé que mis pesadillas se habían materializado.

—Hola, ¿puedo dormir contigo?

—¿Más pesadillas?

Asintió con la cabeza. Antes de echarse miró debajo de la cama. Quise reírme, pero tenía demasiado sueño para ello.

—Ven, yo te protejo. —le dije, queriendo decir: “ven, protégeme…”. Vaya hermana mayor estaba hecha yo. La abracé, acomodando ella su cabeza en mi pecho, cuando le dije: —No sé si podrás dormir con esa música.

—Apenas es un murmullo. Tienes el oído muy fino.

—Te cambio el cuarto.

—Nnnno. —dijo rotunda, moviendo su cabeza buscando la posición más cómoda. Sonreí y la apreté contra mi pecho. Era mi niña bonita. Fijándome solamente en ella, me olvidé incluso de la música. Poco a poco mis ojos se fueron cerrando, y, finalmente, le invité al sueño a arroparme…

 

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