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Capítulo 6.3 – Confesiones

 

– Aaaah… Mierda… Holy crap. – dije mezclando español con inglés debido a mis últimas horas hablando en ese último idioma.

– Ya despiertas, palurdo. – dijo Akira. Agité la cabeza y las imágenes fueron aclarándose. Mi amigo estaba atado a un poste en un chamizo a punto de derrumbarse. Cristina estaba atada a una estufa antigua apagada, y Chorro a un retrete. Me levanté. Oh, yo no estaba atado. Iba a ir a liberarlos cuando el demonio apareció:

– ¿De verdad creías que no sabía que estabas con ellos?

– Sabía que lo sabías, pero no me esperaba que fueras a atizarme tan pronto. – dije en español. No me entendió nada y le traduje parte de la frase. No estaba yo para pensar. Me dolía muchísimo la cabeza, amén del pie, al que había extralimitado con tanta persecución.

– Todo es perfecto. Sois cinco, juntando al hada. Necesito a uno más para completar el círculo. Sí, seréis seis, más el sacrificio masivo del centro hará emerger a mi maestro. Sí, sí… Seré recompensado. Vaya que sí, sí…

Palpé mi cintura en busca de la pistola. No la tenía conmigo.

– ¿Buscas esto? – preguntó mostrándomela. – Es bonita. Veo que tiene un símbolo grabado en el cargador. Indica que las balas son de plata, ¿a que sí?

Me encogí de hombros. Rasqué mi barba, más crecidita, y pregunté:

– ¿Por qué no estoy atado?

– Iba a hacerlo ahora mismo. – extendió su mano hacia mí, inmovilizándome con sus poderes psíquicos, y me ató a otro poste. Entonces se sacó el frasco con el hada y lo dejó a tres metros de mí: – Os daré una oportunidad para sobrevivir. Si vosotros dos os movéis mucho, la casa cederá y se os caerá encima, matándoos, seguramente. Podéis rescatar al hada, y pedirle ayuda. Tenéis una pistola allí, encima del armario. Ánimo, podéis conseguirlo.

Y se marchó, dejándonos a solas.

– M, ¿qué pasó? – preguntó Cris.

– Hui de la pasma, se reventó el motor, vi al hada, corrí hacia ella, y el demonio me cogió. Me hice pasar por su amigo, hice de reclamo, y nos cogió a todos. Sí, soy estúpido. ¿Vosotros? ¿Qué tal?

– Pues yo tuve que rescatarlos. – dijo Akira, enfadado. – Miré la comisaría más cercana y me la jugué. Tuve suerte. Luego dejé el coche en mitad de un bosque, nos fuimos corriendo, rompí el móvil prepago, y llegamos al motel. Pensé que llegarías tarde o temprano.

– Ah, bien, ni te molestaste en buscarme.

– Pues no. Me tocó mucho la polla que los dejases a solas siendo unos novatos.

– ¿Cómo empezamos nosotros? Sin ayuda.

– Pero con el puto trauma de ver morir a nuestras putas familias y el corazón más frío que ellos.

Sus palabras me destrozaron. Luego miré a Cris, que dijo:

– Yo creo que no estoy hecha para esto. Lo que vivimos en el seminario, mi incapacidad para suplantar identidades, y ahora raptada… No, no puedo.

– Calla, callad, callaos, no os desesperéis. – fui diciendo. – Vamos a centrarnos en liberarnos, y luego ya nos tomamos unas cervezas e intercambiamos historias.

– No en este país en el que estamos siendo buscados. – dijo Akira. Estaba muy enfadado, y eso me estremecía.

Alargué mi pie para intentar llegar al frasco, pero, obviamente, no podía. Luego se me ocurrió una idea:

– Tenemos una oportunidad. Podemos derribar un poste, y que media casa se caiga encima de uno de los dos.

– Ah, que muera y lo aplaste, ¿y el otro qué hace?

– No, no tiene por qué morir. Algún tablón de madera y…

– Lleno de clavos, o astillado, y a esa altura, y tal vez en la cabeza. Quieres morir, o matarme.

– No, tenía pensado ser yo, pero no lo había pensado así.

– Tienes la cabeza hinchada, no estás para pensar. Déjame esa responsabilidad a mí. Vamos a ver.

– ¿Qué tal vas, Chorro? – pregunté.

– Mal, esto huele a pis. – dijo refiriéndose al retrete.

– La tienen jurada contigo.

Suspiró.

– Mientras no se tire pedos me vale. – dijo Akira. Me volví a sentir mal por mi crimen. Tirar la piedra y esconder la mano no era lo mío.

– ¿Hallas la solución?

– No.

Miré el bote. Entonces se me ocurrió una idea brillante. Me quité los zapatos y con los dedos de ambos pies cogí uno. Lo elevé y lo lancé hacia el frasco, que cayó de lado. Entonces le grité al hada:

– ¡Rueda, bonita, rueda!

Lo hizo. Corrió encima del cristal y lo empujó para rodar, dirigiéndose hacia Akira, que era quien más cerca se encontraba. Akira hizo lo mismo que yo. Se quitó los zapatos y abrió el tapón para dejarla salir.

– Muchas gracias, humanos. Me habéis salvado la vida.

– Ahora sálvanos a nosotros. – dijo Akira.

– Voy.

Empezó a roer sus cuerdas. Al cabo de cinco minutos se había liberado.

– Igual tenemos esperanzas y todo. – dijo mi compañero. Se levantó y se acercó al armario antes de liberar a cualquier otro. El hada vino a liberarme a mí. Akira le pidió ayuda para la pistola pero dijo que pesaba demasiado para ella. Al venir me fijé mejor en ella. Era una mujercita pequeña y desnuda con alas, con polvo cayendo de ellas. Me entraron ganas de hacerle cosquillas pero no quise andar con tonterías. Liberé primero a Cristina y luego a Chorro, mientras Akira seguía preocupado intentando alcanzar la pistola. Me puse a cuatro para auparlo. Cris me dijo:

– Hummm, qué sexy estás así.

Reí, desestabilizando a Akira.

– Deja de hacer el mono. – me dijo, sintiéndome yo mal. Llegó hasta arriba, cogió la pistola, pero se apoyó mucho en el armario. Al final tembló y se llevó al armario consigo. Me aparté a tiempo e intenté ayudarlo, pero aplastó mis manos y su cuerpo. La pistola cayó a su lado. Entonces apareció el demonio, riéndose y aplaudiendo.

– Buen espectáculo.

Alzó su mano y lanzó a Cristina a un lado y Chorro a otro. Conseguí apartar las manos y cuando iba a coger la pistola se acercó a mí y me propinó una patada que me empujó hacia atrás. Era demasiado fuerte. Estaba jugando con nosotros. Jugar siempre indicaba morir. Si vas a matar, mata, no estés jugando… Lo aprendí con la experiencia y con películas estadounidenses.

– Pobrecillos. Sois como ratas sin escapatoria. No iba a por nadie, con la sangre de uno me era más que suficiente.

El hada se acercó a él para atacarlo, pero el demonio la cogió con una mano y la aplastó, dejándola muy herida en el suelo.

– Si hubiera querido la habría matado, pero me gusta veros retorciéndoos de dolor. ¿Recuerdas del paisaje que te hablé? La naturaleza sin humanos. Pues era mentira. Quiero ver a humanos sufriendo. Eso sí que sería un mundo perfecto. Un Infierno sobre la Tierra.

– ¿Qué quieres de nosotros?

– Con que uno sea el sacrificio me vale. ¿Quién de vosotros va a ser?

– Yo. – le dije, sin traducirlo ni consultárselo a mis compañeros.

– No, tú no. Tú me caes bien. ¿Sabías qué? Sé hablar español. – dijo en español, riéndose de mí en mi cara. – Ha estado bien tomarte el pelo este día.

– Aún faltan dos días para el ritual, ¿no?

– Sí, pero no está de más saber de antemano quién de vosotros me servirá para morir. Mmm. Bah, siempre me costó decidir. Os mataré a todos, y acabaré antes. Así evitaré venganzas estúpidas.

Akira se retorcía en el suelo, intentando alcanzar la pistola.

– No te preocupes, buen hombre. – le dijo. – No te molestes. No soy tan tonto como para dejaros un arma que poder usar contra mí. Las balas de ese cartucho son normales. Tenía pensado que la usarais contra mí, pensando que me derrotaríais, para luego reírme de cómo vuestras esperanzas se desvanecen al ver que no me afectaba. Pero sois torpes de cojones.

Esa expresión me causó algo de gracia. En el fondo me caía bien, pero era o él, o nosotros.

– Rezad lo que sepáis, y confesaos antes de morir.

– Chavalería… – les dije. Nunca me había visto tan arrinconado en toda mi vida. ¿Me ayudaría el medallón? Ya ni contaba con él. Pensé que iba a morir. Me giré hacia Cristina y le dije: – Cris, me gustas, y mucho. Quizá incluso he llegado a quererte. Chorro, me caes de puta madre, eres un buen tío. Y, Akira… Me alegra haber compartido todo esto contigo.

Pareció no escucharme. Estaba quieto, como preparándose para algo. Tenía los ojos cerrados.

– Tú también me gustas. – me dijo Cris. – Ojalá todo hubiera sido distinto. Curita, eres muy fiera, y tienes una sonrisa bonita. Bueno, todos vosotros tenéis una sonrisa bonita. Sois muy guapos, aunque me quedo contigo, M. – dijo, sonrojándome. – Y Akira, puto amo, también. – no sabía mucho qué decir.

Chorro suspiró, y dijo:

– Habéis sido muy gentiles conmigo, y buenos amigos. Lo siento por el pedo de ayer, parece una tontería pero aún me atormenta. Sin contar eso, me lo he pasado muy bien, aunque hayamos estado a punto de morir, y ahora vayamos a hacerlo. Y… – iba a explotar a llorar al darse cuenta de su muerte inminente, cuando dije:

– Yo… Fui yo quien se tiró el pedo. Lo siento, lo siento muchísimo. Sólo era pa hacer una gracia, no pensé que os afectaría tanto. – Chorro se sintió más aliviado al oírme decir eso, y esbozó una pequeña sonrisa de perdón.

– Yo me comí el último trozo de pizza que desapareció misteriosamente. – dijo Cris.

– Y yo no cambié las sábanas cuando debí hacerlo. – dijo Chorro sin saber yo a qué momento se refería. Estábamos medio llorando, sabiendo que era una despedida.

– Pues yo… – dijo Akira, estirando de pronto su brazo para coger la pistola. – Yo no marqué mis balas de plata. – y disparó hacia el demonio. Le llenó de agujeros de bala. Uno en la cabeza, varios en el pecho, un par en los hombros. El sonido estridente de los disparos retumbó por todo el chamizo. Me levanté corriendo y me acerqué al demonio, que respiraba con dificultad, inmovilizado por la plata en su organismo.

– Me… Me confié… – dijo con dificultad, casi tosiendo. – He tenido un error de novato, y he sido derrotado por no fijarme… Nunca cometas el mismo error.

Me miró a los ojos. Remordimientos me atacaron. Me quité el medallón y probé a ponérselo encima. Se derritió, sí. Mantuve el colgante encima de él para asegurarme de que muriese, pero el arrepentimiento me invadió. Era la primera vez que asesinaba a alguien que me caía un poco bien, aunque fuera un cabrón asesino. Había conocido sus sentimientos y había compartido horas de mi vida a su lado. No era el primero con el que me pasaba, pero el irlo asesinando poco a poco mientras nuestros ojos se miraban, viendo cómo se derretía dentro del cuerpo que poseyó, me provocó un sobrecogimiento. Normalmente era apuntar al enemigo y disparar, sin molestarme en conocer sus sentimientos. Pero él… Había sido distinto.

Una vez derretido por completo me coloqué de nuevo el medallón y mis amigos ayudaron a Akira a salir. Se pudo poner en pie, aunque con dificultades. Lo miré, sonriendo. Iba a hablarle cuando Cris me interrumpió y me plantó un besazo de los buenos. La correspondí y quise abrazarla, cuando noté mis dedos casi rotos. Luego pensamos en el hada y fuimos a socorrerla. Estaba muriéndose.

– Sé quién puede ayudarla. – dije yo. Cogimos el coche con urgencia y dejamos atrás todo aquello. Era de noche. Había estado inconsciente muchísimas horas. Llegamos hasta el centro del símbolo y buscamos el piso donde estaban retenidas las hadas. Me había contado la verdad. Estaba lleno de ellas. Al entrar en la habitación nos deleitamos con sus luces. Brillaban por todo el cuarto, como una bola de discoteca que refleja la luz a cachos. Era un momento mágico y brillante que fue interrumpido por la urgencia. Las liberamos y les dejamos al hada caída. Nos dijeron con sus voces pitufinas:

– Muchas gracias, humanos. Estamos en deuda con vosotros.

Uno se ocupó de mis manos, de mi cabeza, y de mi pie. Otro de algún arañazo de mis compañeros, y otra del pecho de Akira. Cuando acabaron de sanarnos nos despedimos. ¿Volveríamos a vernos? Algo dentro de mí me decía que no. El alba iba a salir. Decidimos dormir en ese mismo piso, a pesar del mal rollo que emitía.

Por raro que pareciera pude conciliar el sueño, aunque me arrepentiría de ello, pues a las cuatro horas fui despertado por un pedo en toda la cara de Akira.

– Venganza, dulce venganza. – dijo el muy bastardo…

 

 

 

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