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Capítulo 12.3 – Barba

 

– ¿Cómo que mi esperanza?

– Mi esencia ha habitado el medallón. Llevaba una porción del Paraíso en él. Me recordaba a mi hogar cuando bajé del Cielo. Era como una droga para mí. Pero cuando los ángeles nos exterminaron, dejé parte de mi esencia ahí, y por eso he estado junto a ti todo este tiempo.

Acercó su mano hasta mi cabeza, y posó su palma encima de mi frente. Fue absorbiendo mis maldiciones.

– ¡Señor, va a debilitarse! – le dijo un guardia.

– No te preocupes. – le contestó.

– ¿Por qué me libras de mi oscuridad? – le pregunté, empezando a sentir un cúmulo de sentimientos dentro de mí inefables.

– No soy tan malo, a pesar de que así lo penséis. – su voz sonaba angelical, retumbando hasta el alma, haciéndola vibrar. Me había dado cuenta entonces. Hablaba el mismo lenguaje que los fantasmas.

– Cuéntame, qué quieres.

– Te lo dije, tu esperanza.

– ¿En qué sentido?

Introdujo sus dedos en mi cuerpo para extraer las balas, y posteriormente curar mis heridas. Se movió a gran velocidad, curando a Akira, al guardia, y después yendo donde Marc, curando, seguramente, a Gary también. Volvió donde mí, y dijo:

– Ahora que estoy en la Tierra quiero que empieces de cero e intentes detenerme.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Es la única razón por la que estás vivo. Has asesinado a súbditos míos, pero te perdono, ya que ellos sienten maldad en sus corazones. Yo no quiero maldad. Tú tienes algo de ella dentro de tu alma, pero también tienes esperanzas y anhelos. Las brujas abrieron un portal entre el Infierno y la Tierra, y con mi esencia recuperaron mi alma. Me encanta estar vivo. Pero necesito que vengas a detenerme. ¿Por qué? Porque en lo que tardes en llegar a mí, encontrarás la respuesta al sentido de la vida.

– ¿Qué? ¿Y para qué quiero saber el sentido de la vida? ¿Conseguiré detenerte?

– Eso último depende de ti. Quiero que sobrevivas, porque tú no estabas destinado a llevar mi medallón. La masacre de tus padres… tiene relación conmigo, por eso no quiero matarte. Has llevado mucho sufrimiento dentro de ti, y por eso te concedo esta oportunidad. Intenta no desaprovecharla.

– Es decir, que quieres que vaya a detenerte porque consideras que me estás salvando la vida con ello.

– Exacto. – retrocedió unos pasos, y me dio la espalda.

– Quieto. – se detuvo. – ¿Qué hago? ¿Cómo empiezo? ¿Qué…?

Se encogió de hombros, sonriendo. Luego, desapareció.

– No me lo puedo creer. – murmuré. Todos sus secuaces se marcharon del pueblo, dejando los cadáveres detrás. Marc y Gary se reunieron con nosotros, ya restablecidos.

– ¿Qué ha pasado? – preguntaron, cada uno en un idioma. Intenté explicárselo en ambos idiomas, confundiéndome a veces.

– Hemos sobrevivido, al final. – dijo Akira sonriendo, posando su palma sobre mi hombro.

– Vamos, seamos realistas. – le dije. – No podemos vencerlo. ¿Has visto qué velocidad, qué fuerza, y qué todo?

– Pero debe de haber alguna forma. Incluso él quiere que lo detengamos. – dijo Marc.

– ¿Crees, entonces, que va a dejarse vencer? – pregunté.

– Si lo hacemos bien, seguramente. – respondió el soldado.

– Pero… ¿cómo?

 – El seminario… – respondió Akira.

– ¿Seminario?

– Sí. ¿Recuerdas que había más artefactos de ángeles caídos? Estoy seguro de que uno de ellos puede vencer a los ángeles. Vamos allí, investigamos dónde está el objeto, lo buscamos, encontramos, y luego a por Rymadi’el.

– Buena idea… – dije yo, brillándome los ojos.

– ¿Qué hacemos con Chorro y Cris? – preguntó Marc. Lo miré, le dediqué una sonrisa que Akira leyó al instante, y dije:

– Cuidadlos, y decidles que vivan sus vidas.

Entonces inicié mi carrera hasta el coche que habíamos dejado atrás. Akira tuvo reflejos y llevó una mano suya a mi gabardina, trabándome. Entonces me agité y me zafé de ella, dejándosela a él, y corrí como alma que lleva el diablo hasta el coche. Lo arranqué a la primera, di marcha atrás, giré, y puse rumbo hacia el infinito. No podía permitir que ellos viniesen, que se arriesgasen más. Tenía que ser yo quien luchase contra el ángel. Tenía que ser yo quien muriera si debía. No podía implicar a mis seres queridos, y Akira se dio cuenta de ello. Supe que me los encontraría tarde o temprano, por eso debería darme prisa en ir yo un paso por delante. Pensé en Rymadi’el. ¿Qué quería realmente de mí? Fuera como fuese, mi alma le había cogido cierto cariño. Ya fuera por perdonarme la vida, por decirme que sentía lo que nos habían hecho sus súbditos, o por encogerse de hombros antes de desaparecer. Sin embargo, debía cazarlo.

Rasqué mi barba. Oh, ya estaban los pelos realmente crecidos. Se podía decir que tenía barba. Sonreí. Sin gabardina, sin casete, pero con barba, sí…

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