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Capítulo III

 

El viento golpeaba la persiana. Era fuerte y bravo. Una bocanada de aquel frío aire habría reavivado mis pulmones apagados. El tiempo no pasaba, se había congelado en un interminable segundo. Me era imposible hablar. El miedo penetraba por cada poro de mi cuerpo, provocándome sudores fríos que me helaron. Aleksander… mi amor… En verdad… estaba aterrada. Mi móvil sonó. Era Silvia. Quise contestarle, pero no pude. Necesitaba hablar con alguien, por mal que me cayese. Pero el móvil dejó de sonar, y yo no pude. No podía pronunciar palabra alguna. Me tapé más con las mantas y abracé mis rodillas, con miedo a lo que había ahí afuera. Pero el estar debajo de las mantas me hizo necesitar oxígeno. Las aparté, y tremendo susto me llevé al verle la cara a Aleksander. Estaba observándome, preocupado.

– ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza, siendo muy poco convincente. Fue a apoyar una mano suya en mi hombro, pero como un acto-reflejo me eché hacia atrás, chocando aún más con la pared. Ya estaba claro que ambos sabíamos que yo sabía que él era un vampiro. No tenía remedio, no podía escapar a lo que él era, él representaba, y él había hecho. Suspiró, resignándose a mi miedo, decepcionándose consigo mismo. Entonces me di cuenta de que todo lo que él quería era algo de amor. Había estado huyendo toda su vida de sí mismo, a pesar de saber lo que era. No podía aceptarse del todo, porque nunca nadie lo había aceptado. Pero yo sí. Yo lo haría. Sólo tenía que mencionar las palabras, y ya podríamos amarnos y estar juntos. Pero otra vez, tras abrir mi boca, las palabras no acudieron cuando quise pronunciarlas. Fruncí el entrecejo, molesta conmigo misma, y oculté mi cabeza entre mis rodillas. Entonces, pasados unos segundos, me dijo:

– La… policía inició una investigación. Lo mejor sería que… no llamases a nadie, y dejases de utilizar el teléfono.

Extendió una mano para que yo se lo entregase. Lo agarré, como si fuera mi último contacto con el mundo exterior, y se lo di. Adiós a todo y a todos, ya solamente éramos él y yo. Pero no lo hice con gusto, sino con miedo, y desesperanza. Me sentí presa de un psicópata, aunque en ningún momento amenazó con herirme de ninguna forma. Aleksander se marchó. Seguramente fuera a dejar el móvil muy lejos, por si la policía investigaba, para despistarlos. O fue a dejarme un rato para mí sola. No me importó. Me centré en los pensamientos de mi perrita. ¿Y si la bestia interna la mató sin querer, pero queriendo? Él sabía que yo la apreciaba, y que podría ser un impedimento. Aunque quiso traerla a casa, aunque quiso esforzarse para ganarse su cariño, en el fondo la veía como un impedimento y un rival, y por eso, de forma inconsciente, la asesinó. 

Llevé mis manos a la cabeza, rascándome, deseando que los días pasasen hasta que yo tuviera la suficiente resolución y valentía para hablarle sobre el tema. Se volvieron a escuchar aullidos. El lobo me ponía de los nervios. Pensé en descuartizarlo y desollarlo. La maldad que había leído e imaginado se estaba apoderando de mí. Recordé a Santi. No pude hacer otra cosa que desear verlo de nuevo. Quería ver las fotos que tenía de él. Me levanté y salí en busca de mi amado. No lo encontré. Busqué las fotos. Tampoco las encontré. Estaba delirando, debilitada, a punto de desmayarme en cualquier momento. Fui a abrir la puerta para tomar algo el aire, pero estaba cerrada. Al lado una nota: «No salgas, es peligroso debido al lobo». Estupendo, sí que estaba presa. Quería protegerme, pero me restringía. Caí de rodillas al suelo y temblé. Podría saltar una ventana de abajo, pero me di cuenta de que todas tenían la persiana bajada. A los cinco minutos apareció Aleksander sudando y jadeando.

– ¿Estás bien? – me preguntó.

– Sí.

– Me alegro.

– ¿Por qué está todo tan cerrado? ¿Y qué traes ahí?

Estaba cargado con bolsas del supermercado.

– Provisiones.

– ¿Para qué?

– Se acerca una lucha, Adriana.

– ¿Qué sucede?

– Ya te lo contaré. Lo primero es tu salud.

– No, quiero saberlo. Me has ocultado demasiado.

– Lo sé, pero…

– ¿Dónde están las fotos?

– ¿Eh?

– De Santi, ¿dónde están?

Suspiró. Él y sus suspiros de resignación y decepción. Las tenía debajo de su cama. Me las dejó ver, y vomité en el suelo. No debería haber querido ponerles el ojo encima. Al principio aparecía desnudo, atado, sin ser capaz de ver nada. Después medio descuartizado, con las heridas al fresco y sangre por doquier. Después más mutilado aún, y, finalmente, como lo había visto yo. Me mareé, pensando en los horrores que tuvo que sufrir. Luego recordé los horrores que él me hizo sufrir, y dije:

– Quiero volver a verlo.

– Es peligroso salir.

– ¡Quiero verlo de nuevo! – grité, enfurecida, con mirada desencajada. Otro suspiro. Estaba empezando a odiar sus suspiros. Dejó las fotos dadas la vuelta sobre la cama y se dispuso a salir, cuando yo las volví a contemplar. Noté cómo Aleksander se consumía en la tristeza por haber revelado su identidad. Entonces se marchó, a colocar las cosas, seguramente, y yo, tras unos minutos horrorizándome a la vez que deleitándome con lo que estaba viendo busqué al vampiro: – ¿Qué colonia usabas?

Se quedó en silencio.

– Aleksander, por favor…

Sí, me había atrevido a pronunciar su nombre, aunque no pudiera decirle que lo amaba. Tras colocar todo fue a una habitación de la planta de arriba y trajo una colonia en un frasco antiguo. Vertió un poco en un pañuelo y me lo dio a oler. Era un olor suave y fresco, como a una mora en mitad de un verde bosque con un río al lado. Podía imaginarme el paisaje al introducirlo en mi nariz. Y el paisaje que Santi imaginaba al olerlo era el del Infierno. Repetí:

– ¡Quiero verlo!

Otro. Otro maldito suspiro. Me agarró de la mano y me sacó afuera. Otra vez volvimos a su casa, y otra vez escalamos el árbol para observarlo.

– Toma, lleva la colonia y échasela. – le pedí. Sí, yo también era un alma retorcida que necesitaba sufrimiento. Aleksander agarró el frasco y saltó hasta su ventana. La abrió con mucha delicadeza, aun estando cerrada por dentro. Quise aprender su truco, pero me centré en lo que iba a presenciar. Sostuve temblando los prismáticos que me acercaban la visión, y vi cómo mi vampiro echaba la colonia por toda la habitación. Santi comenzó a retorcerse en el sitio, queriendo escapar de allí, asustado. Se cayó de la cama y dejó al descubierto sus muñones. Fue tan perfecto el trabajo de Aleksander que ni el hospital supo qué hacer con él y le pudo dar el alta de inmediato. No oía nada, comía a través de una sonda, mearía con la ayuda de a saber qué, no podía hablar, no podía moverse, no podía hacer nada. Sólo sufrir por el capricho de su familia egoísta. El plan de mi amado era… perfecto. Y, sin darme cuenta, lo había llamado «mi» vampiro en mi mente. Sí, era mi hombre, mi vampiro, mi ser tenebroso y oscuro. Volvió a mí dejando la ventana entreabierta. Podía abrirla pero no cerrarla. Supe que eso podría ser un gran error, pero qué importaba. Yo ya me había alegrado demasiado. Volvimos a coger la moto y puso rumbo a casa, cuando se me ocurrió preguntarle: – ¿Qué es de Sasha?

– No lo escribí, pero recuperé su cadáver. No te digo dónde estaba para no herirte. La enterré en el bosque.

– ¿Dónde estaba?

Se quedó en silencio.

– ¡¿Dónde estaba?!

– En el cubo de la basura. Sus padres la habían encontrado y la habían tirado al cubo de la basura. Ni denunciaron la desaparición de su hijo, pensando que estaría de farra, y ni se extrañaron por una perra muerta en casa.

Quise derramar una lágrima. Aleksander, en un movimiento brusco se metió en mitad del bosque y condujo hasta un claro. En él había un pequeño estanco rodeándolo, con unas bonitas flores sobre el suelo, y bastante tierra en la que se había excavado.

Allí, donde mi perrita estaba enterrada, crecerían las flores y vida. Había vuelto a donde pertenecía: la naturaleza. Formaba parte del ciclo de la vida, como todos.

– Descansa en paz, Sasha.

– Descansa en paz. – contestó él. Me giré y lo abracé, casi llorando, hasta que hablé, y lloré del todo:

– Si hubieras escrito esto no habría tenido tanto miedo. Al menos te preocupaste por ella.

– Cuando escribí el diario sólo pensaba en desahogar mis sentimientos, no creí que fueras a leerlo nunca, sino que yo te lo contaría.

– ¿Por qué no lo escribiste? Dime la verdad. ¿Será que no está enterrada ahí?

– Te he mentido a medias y ocultado muchas cosas para que no descubrieras mi… llámalo como quieras. ¿Maldición? No sé. Pero te juro que ésta no es una mentira. Te juro que no volveré a mentirte. Ahí mismo está enterrada Sasha. No lo escribí porque simplemente omití muchos detalles. Ni siquiera describí mucho París. Usé la escritura como un medio para desahogar mis sentimientos homicidas y mi bestia interna. No lo hice con la intención de que fueras a leerlo, o de escribir una bonita historia, sino para calmarme. Aún estaba en frenesí por toda la sangre que había salpicado mi cuerpo. Lo siento, Adriana, siento que te hayas enterado así. Lo confieso: soy un vampiro. Y lo confieso: te amo con toda mi oscura y corrompida alma.

La luna brilló. Dentro de nada sería luna llena, otra vez. Como el día en que lo conocí. Ni un mes había transcurrido, y había vivido con él lo que no había vivido en años. Agaché la mirada, y volví a echarle un vistazo a la tumba de Sasha. Lo hizo sin querer, y se arrepintió. Seguramente junto a él viviría muchas cosas parecidas en las que acabaría arrepintiéndose, y quién sabe si yo sufriendo, pero lo apoyaría, y estaría ahí para él, aunque la maldad que me protegía también me había afligido. El reflejo de la luna brilló sobre el arroyo. Esbocé media sonrisa y dije:

– Te acepto, Aleksander. Acepto lo que eres. Te amo…

Y nos unimos en otro de nuestros besos eternos…

Otro aullido nos interrumpió. Por los ojos asustados de Aleksander comprendí que había que tener miedo a esos aullidos. Pero mi novio contrajo el rostro, mostrando esos dientes tan afilados. ¿Cómo no había podido darme cuenta? Sólo había que ver que semejantes colmillos no podían ser humanos. Aleksander también aulló, más alto y más voraz incluso que quienquiera que fuera el otro.

– Vámonos. – dijo con su voz sombría. Asentí con la cabeza, montamos en la moto y regresamos a casa. Nos encerramos, y me apresuró, diciendo: – Asegúrate de que no hay ninguna ventana abierta, o alguna otra puerta. Si pasa algo, grita.

En lo que yo revisaba una parte de la casa, él, con su velocidad, revisó todas, y se acercó a mí. Entonces, después de tranquilizar el miedo en mi cuerpo, le dije:

– ¿Qué sucede?

– Estamos siendo seguidos. Primero por un hombre lobo, y segundo, por un coche que ha estado aquí. Pude ver las marcas sobre la tierra.

– ¿Quiénes son?

– Los del coche no lo sé. El lobo… es peligroso.

– ¿Quién es? ¿Qué historia tienes con él?

– Es largo de explicar.

– ¿Por qué no huimos?

– Porque en breve será luna llena.

– ¿Y…?

– Y tendremos que luchar.

 

 

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